No hay que ser un sagaz observador de la realidad para saber que Cataluña lleva muchos años, demasiados, subiendo impuestos, haciendo una política económica intervencionista y gastando ingentes cantidades de dinero en la construcción de una imaginaria nación para la satisfacción estomacal de sólo unos cuantos. Mientras tanto, otras comunidades autónomas se han dedicado a “las cosas”, que decía el ilustrado Ortega y Gasset.

Hace tiempo que aquellos a los que nos gusta esto de la macroeconomía anticipábamos que la Comunidad de Madrid adelantaría más pronto que tarde a esta Cataluña nuestra secuestrada por los que viven de seguir alimentando el lío del procés. Madrid, con casi un millón de habitantes menos que Cataluña, ya adelanta en PIB a Cataluña según nos señalaba el Instituto Nacional de Estadística hace pocos días. Además de este dato, Madrid también está por delante en porcentaje de la renta nacional, PIB per cápita, en porcentaje de exportaciones y aportación al PIB nacional.

La Comunidad de Madrid crece, desde hace años, con más vigor, alegría y nervio que la gripada comunidad catalana. Casi dos décadas de políticas liberales, donde se abraza a las empresas, se apuesta por reducir impuestos y donde se practica poca intervención política, son algunas de las causas de fondo que explican este sorpasso. Además, la comunidad madrileña genera más certidumbre a los inversores internacionales (8 de cada 10 nuevos euros que entran en España aterrizan en Madrid), acoge la mayor parte de las empresas que huyen del procés (casi 6.000 grandes empresas han emigrado de Cataluña desde octubre de 2017) e invierte sus fondos propios (por habitante, bastante menores que los catalanes) en inversiones productivas que activan los estabilizadores automáticos positivos de la economía y la riqueza.

Si estos ingredientes no les parecen determinantes, hay otros elementos que contribuyen a explicar la fortaleza madrileña. Madrid ha sabido virar hacia el sector servicios que hoy lidera la economía en las economías más avanzadas, promocionar el turismo como fuente de ingresos, potenciar su imagen como destino inversor, reducir el de gasto público superfluo y fortalecer a su burguesía y sociedad civil.

Sólo los abducidos por la cofradía supremacista del lazo amarillo niegan estos hechos. Sé que el clásico nacionalista catalán no hace este tipo de análisis económico. Ellos se limitan a gimotear, quejarse y echarle la culpa de todo a los demás. “Nos roban”, “nos tienen manía”, “son muy malos con nosotros”, son expresiones que no cuesta escuchar cada día en las calles catalanas. Será precisamente cuando superen esa infantiloide actitud cuando Cataluña tenga los mimbres suficientes para iniciar una “remontada” económica.

Cataluña es una tierra maravillosa, lo tiene casi todo para liderar la economía española, excepto unos dirigentes juiciosos, competentes y centrados en “las cosas del comer”. El nacionalismo antieuropeo y antiguo es un estorbo para la creación de riqueza, de puestos de trabajo y para la atracción de inversiones internacionales. Los boicots a las empresas, las huelgas políticas, los disturbios violentos, la instrumentalización política de instituciones económicas y la internacionalización de los complejos de superioridad nacionalista atemorizan a turistas, a inversores y a ciudadanos que sólo quieren vivir razonablemente tranquilos.