El nacionalismo coloca el nosotros frente a los otros. Se construye sobre la nación, la lengua, la clase social y la raza. Del nacionalismo a la xenofobia, que fomenta el odio al diferente, hay un paso. En Cataluña, durante la pandemia, ha vuelto a surgir la palabra “etnia” y el presidente de la Generalitat ha calificado al Estado español de “deep state” (un estado profundo y conspirativo). Las últimas palabras de Joaquim Torra echan las culpas de la gestión de la crisis y la falta de recursos “al paternalismo colonial madrileño”. Mientras, políticos y activistas independentistas comparan a los catalanes con los afroamericanos.
Todo ello ha coincidido con el confinamiento y con las manifestaciones convocadas por Vox en distintas ciudades españolas. Hay señales que hacen temer el salto mortal. O quizá solo sea que el Gobierno de izquierdas ha dado alguna muestra de debilidad y que las elecciones en Cataluña están al caer con los socios del Govern enfrentados.
Comentaristas entregados a la causa procesista igualan los terribles sucesos racistas vividos en Minneápolis con “la situación de opresión” de los catalanes en España. La muerte por asfixia, a manos de un policía, del afroamericano George Floyd es semejante, insisten, a los enfrentamientos entre manifestantes y policías en Barcelona. Se está edificando una realidad paralela para hacernos creer que no vivimos en una democracia plena. Los catalanes, según un editorial del digital Vilaweb, son tratados por el Estado de forma diferente al resto de los ciudadanos “debido a su condición nacional, étnica, de grupo”.
“Llevan muchos años matando catalanes”, la frase es de una comentarista de TV3 y tuitera. Ante las protestas, concluyó su opinión con un rotundo: “Ahora, el amo nos mata menos, solo nos encarcela”. Mucho tiene que ver el nerviosismo con el distanciamiento entre Junts per Catalunya y Esquerra Republicana. La abstención de Esquerra, permitiendo a Pedro Sánchez la prórroga del estado de alarma, parece haber electrocutado amistades e incendiado redes.
La tensión nacionalista en España se inició hace una década. La sentencia contra el Estatut catalán, el referéndum y la declaración de independencia (nunca llevada a término) ayudaron, a su vez, al crecimiento del nacionalismo español. Durante la pandemia, esa tensión ha echado raíces. Las dificultades del Gobierno para prorrogar el aislamiento han sido aprovechadas por Vox para alardear de patriotismo en el centro de la capital. Y Madrid es ahora el símbolo del agravio para el ultranacionalismo catalán. La imagen del barrio de Salamanca manifestándose sin respetar el confinamiento y las destituciones en la Guardia Civil se han convertido en pura artillería en manos de una parte del independentismo.
Curiosamente, Junts per Catalunya ha votado siempre junto a Vox contra las prórrogas. “Solo si hubiera un golpe de Estado en España, tendríamos la independencia asegurada y avalada por Europa. Viva Vox y la GC”. Comentarios como éste, elevando al límite el cuanto peor mejor, llenan las redes. Tras leerlo, una prestigiosa editora, Julieta Lionetti, hizo el más acertado de los análisis: “La pinza Vox-JxCat explicada a los niños”.
He vivido años en Madrid, donde más de la mitad de la población es de fuera. En los ochenta, se publicaba un fanzine contracultural llamado Madrid me mata. La movida de los gatos (madrileños) acababa con cualquier distanciamiento. Todos éramos bienvenidos. Seguimos siéndolo. Confundir a los habitantes de Vallecas, Malasaña o de tantos otros barrios de Madrid con votantes de la ultraderecha es no entender la diversidad y el espíritu abierto de esa ciudad. Hablar, como ha hecho Torra, de “colonialismo madrileño” y pasar al Gobierno español las culpas de la falta de recursos sirve únicamente para esconder que fue su propio partido, Convergència, quien cortó los presupuestos de sanidad.
Los nacionalismos se retroalimentan. Nada como la nación, sumada al populismo, para atraer a los insatisfechos con el Estado de derecho. El reto, ante unos años que no serán fáciles para la política ni para la economía, es mantener la concordia e impedir que gane la xenofobia. Sacaría lo peor de España y de Cataluña. Madrid no nos mata. Nos mata el virus, los recortes en la sanidad pública y el populismo.