Federica Montseny, política anarquista y feminista / YOUTUBE

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Pensamiento

Federica Montseny, el anarquismo feminista

El legado que más se invoca de ella en la España actual es su condición de pionera de la ley del aborto y muchas calles e institutos llevan su nombre

30 junio, 2019 00:00

Federica Montseny nació en Madrid en 1905. Su padre era Joan Montseny, conocido como Federico Urales, un líder entre las filas del anarquismo. Su madre, Teresa Mañé, era maestra y usaba también en sus escritos un seudónimo: Soledad Gustavo, y había fundado en Vilanova una de las primeras escuelas laicas de España. Sus padres se habían instalado en la Huerta Zabala, propiedad de un médico liberal (el doctor Lozano) donde habían aplicado sus ideales libertarios: que cada cual produzca lo que pueda y tome lo que necesite.

Su infancia estuvo marcada por la educación de sus padres y los acontecimientos políticos de esos años. Su padre defendió muy comprometidamente a Ferrer y Guardia tras el atentado de Morral contra los reyes de España en el día de su boda. Y luego tuvo participación notable en la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Públicamente pidió el indulto de Ferrer después de la condena a muerte de éste y se vio implicado en un pleito con la Compañía de Ciudad Lineal por su denuncia por estafa contra Arturo Soria que había dejado a muchas familias de situación humilde sin las viviendas prometidas.

El padre de Federica fue condenado al destierro por veinte años, aunque vivió escondido en la huerta. El papel de Federica como niña fue proteger el escondrijo de su padre cuando la Guardia Civil visitaba su casa. En agosto de 1912 su familia se vio afectada directamente por el tifus. Murió su prima Elisa a los veintisiete años, a la que tanto ella como sus padres querían mucho. Su tía Carmen se empleó como cocinera de una baronesa y la familia decidió vender la lechería (con las catorce vacas) de la que vivían y trasladarse a Barcelona donde alquilaron una casa en Horta. Su padre compró incubadoras para criar pollos, con poco éxito. Tampoco logró mucha fortuna con las obras teatrales que escribió y que algunas se estrenaron en el Teatro Apolo.

La familia se trasladó a Can Tissó, un viejo caserón en Sant Andreu de Palomar, propiedad de una viejo noble carlista, el barón Munner, que les alquiló los bajos de la mansión.

Su madre fue la que controló en todo momento su educación: “Debía observar un régimen especial de distribución del tiempo, la mañana estaba destinada al estudio. Las tardes eran libres. Mi madre pertenecía a una generación en la que todavía las ideas de Rousseau sobre la educación de los niños tenían singular vigencia... Despreocupada de toda idea religiosa creía sin embargo en ciertos aspectos de la astrología. Además, no quiso enseñarme las primeras letras hasta los seis años, dejando desarrollar mi cuerpo antes de empezar a amueblar mi espíritu. No me hizo aprender ni el abecedario ni las tablas de multiplicar. La gramática se me enseñó sin tener en cuenta el orden prefijado por los libros de texto oficiales. El caso es que progresé rápidamente y pronto gané el tiempo perdido con el inicio tardío de mi educación”.

A los 17 años, Federica empezó a colaborar en la prensa libertaria y asistió por libre a algunos cursos de la Universidad de Barcelona. Había publicado su primera novela corta Horas trágicas en 1920 con solo quince años. Su padre decidió intentar reflotar la Revista Blanca fundada por él en 1898. Conoció entonces al que sería su gran amor, Germinal Esgleas, tejedor de oficio y militante anarquista. Escribió unos cincuenta títulos para la colección de novela breve que tenía como objeto la difusión de las ideas libertarias.

Germinal fue detenido durante la dictadura de Primo de Rivera pero la pareja logró casarse en 1930 y su primera hija, Vida, nació tres años después. Federica tuvo gran don de palabra al servicio de su proyecto anarquista del que fue extraordinaria publicista en infinidad de conferencias y mítines. Intervino en el congreso de Zaragoza de la CNT en 1936 y describió muy bien “la embriaguez revolucionaria de una jornada de triunfo popular”, la del 20 de julio de 1936 en Barcelona, convertida la ciudad en “teatro de la revolución desencadenada”.

Durante el gobierno de Largo Caballero, entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, ejerció como ministra de Sanidad. Fue la primera mujer en la historia de España ministra. Con ella participaron también como ministros en el nuevo gobierno los anarquistas García Oliver (Justicia), Juan Peiró (Industria) y Juan López (Comercio). Impulsó buen numero de iniciativas legislativas: la ley del aborto, la reforma de los asilos infantiles, la protección de refugiados, la construcción de hospitales... Tuvo muchos escrúpulos para ejercer el ministerio dado que siempre había escrito contra el aparato gubernativo del estado, lo que reflejó en un excelente libro testimonial: Mi experiencia en el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (1937). Votó en contra en noviembre de 1936 de la conmutación de la pena de muerte aplicada a José Antonio Primo de Rivera.

En enero de 1939, cuando se exilia de España, tenía un hijo de tan solo seis meses. Escribió en 1950 un texto extraordinario: El éxodo. Pasión y muerte de los españoles en el exilio en el que reflejaba las peripecias y sufrimientos del exilio con su padre y su marido presos. Logró establecerse con la familia en Toulouse donde llevaría a cabo una buena labor periodística dirigiendo el semanario CNT (después rebautizado como Espoir). Sus parientes intentaron ganarse la vida como cultivadores de tierras en arriendo. Después de la muerte de Franco volvió a España con mítines célebres como el que dio en Barcelona en 1977.

Su hija menor, Blanca, nacida en 1942, murió en 1977 y su compañero Germinal en 1981. Federica ingresaría en 1989 en una residencia de ancianos donde murió en 1994. Hizo mucho memorialismo en sus últimos años de vida, con textos como Cent dies de la vida d’una dona (1977), Cuatro mujeres (1978), Seis años de mi vida (1978) y Mis primeros cuarenta años (1987) sin dejar desde luego de ejercer de doctrinaria anarquista y de singular feminista (Mujeres en la cárcel, 1949 y El problema de los sexos, 1951).

Hoy su memoria es evocada en España en muchas calles de ciudades y en nombres de institutos (en Burjassot, Fuenlabrada y Badía del Vallés). Símbolo del anarquismo impenitente, el legado que más se invoca de ella en la España actual es su condición de pionera de la ley del aborto.