La batalla por la libertad pasa hoy más que nunca por combatir intelectualmente a aquellos que quieren imponer un pensamiento único y censurar al que opina distinto (y menos mal que se manifiestan por la libertad de expresión…). Ese sí que es el verdadero fascismo en su más pura esencia.

La imposición de la etiqueta o estigma, la “autodefensa” por pensar distinto, el que ve como una amenaza o incluso ofensa la confrontación de ideas y debates, parecían ya cosa de otra época en España. La batalla por la libertad de este siglo va de defender el intercambio de ideas sin etiquetas y de pensar --y discrepar-- en libertad, sin miedo a la presión social censora alimentada por la adulteración de la corrección política.

Si muchos de los jóvenes que llenan hoy las calles en defensa de una sola libertad de expresión, viesen las fotos de Santiago Carrillo compartiendo mesa, mantel y algún que otro abrazo con Manuel Fraga en las primeras Cortes de la democracia, bien seguro que tacharían de fascista al difunto dirigente del PCE. Es imposible el progreso social si no se aboga por eliminar las etiquetas y regresar a esas mesas y manteles de las primeras Cortes democráticas.

Recuerdo una charla de columnistas donde Manuel Jabois (El País), ya decía en 2016 que lo mejor que le podía pasar era ser tildado de fascista ya desde un buen principio, “para así poder escribir tranquilo”. Antonio Lucas (El Mundo), le respondía diciendo que vivía “situaciones esquizoides”, al recibir la misma etiqueta por ser amante taurino y a la vez era tachado de podemita. Cómo no recordar también, la famosa intervención de Alejandro Fernández con la lista de aquellos que habían decidido señalar como “fachas” por pensar distinto a los defensores del Procés. Jordi Évole, Xavier Sardá, Isabel Coixet, Joan Coscubiela  y un sinfín de personalidades que abrazan los postulados de la izquierda pero que no comulgan con el enquistado e involutivo procesismo catalán.

En este lustro, el uso de la palaba fascista ha subido tanto o más que la cuota de autónomos o la factura del agua en la Barcelona de Colau.

El psicólogo Haidt y el abogado Lukianoff publicaron un elaboradísimo ensayo en 2019 titulado La transformación de la mente moderna (Ed. Deusto) en el que ponían de manifiesto lo que estaba sucediendo en las universidades norteamericanas desde el año 2013. Lo que teóricamente debía ser un “gimnasio de la mente” y una institución donde reinara el debate y el espíritu crítico, llevaban tiempo mutando en facultades de pensamiento único.

La censura por parte de los estudiantes sobre aquellos temas o debates que les podían resultar moral o políticamente “ofensivos” debían ser no solo silenciados sino expulsados de la universidad. Por la fuerza si era necesario con la excusa de estar ejerciendo la violencia como un acto de autodefensa. Les resulta familiar, ¿verdad? EEUU siempre ha ido por delante.

De este modo, en algunas de las facultades estadounidenses empezaron a implementar el pensamiento maniqueo de “o estas con mis ideas o estas en mi contra/o eres un fascista”, censurando debates de actualidad por el mero hecho de invitar a voces discordantes con la moralidad impuesta e imponiendo una presión social a aquellos estudiantes por mostrarse favorables a la causa. Incluso se llevaron a cabo manifestaciones durante trece meses para suspender la asignatura de humanidades que incluía a pensadores de la Antigua Grecia que parecían resultar ofensivos.

En España esta corriente ya ha llegado. Las manifestaciones en favor del condenado Pablo Hasél son solo una muestra más del éxito de los que reparten los carnets de la corrección política y moral. El del lado “bueno” de la historia.

El maniqueísmo moral no solo está en los debates “adultos” de Twitter. Los hechos que denunciaban Haidt y Lukianoff son ya una realidad en el pensamiento universitario, con la hipoteca intelectual que eso conllevará. O estás con nosotros o eres un fascista.

Callar por miedo al qué dirán y medir las palabras por no ser señalado ante el imperante “ofendidismo” es ahora uno de los problemas que afronta parte de la sociedad. Incluso defender una vía de moderación se ha convertido en algo prácticamente antisistema. Aquello que huela a seny ha sido en primer lugar ignorado, posteriormente ridiculizado y finalmente atacado. Ya lo dijo Gandhi: “primero te ignoran, luego se ríen de ti, después te atacan, entonces ganas”. Eso sí, ceder a la autocensura por la presión popular solo nos hará cómplices de la derrota por las libertades.