Junts, después de rasgarse las vestiduras un rato, decidió enfrentar la suspensión de Laura Borràs como diputada y presidenta del Parlament con paciencia, casi con sordina, dejando claro que este es un lío organizado por ERC y, en consecuencia, corresponde a los republicanos dar con la fórmula para salir del atolladero. Ellos, autoproclamados víctimas de la aplicación del reglamento y de la maldad de sus socios, no piensan mover un dedo para resolver el vacío en la presidencia de la Cámara catalana. Y, de repente, a ERC le ha entrado el tembleque y a pesar de disponer de votos de sobras para elegir a un nuevo presidente del Parlament ha entrado en fase zen, dejando que el vacío institucional transitorio se convierta en un despropósito inédito. Lamentablemente para ellos, no es culpa de Madrid.

ERC da una cal y una de arena en sus relaciones con Junts. No dudó en aplicarle el reglamento a Borràs, pero no tenía decidido qué hacer al día siguiente. Un desastre. Tal vez creyeron que sus desleales socios asumirían la suspensión de la presidenta del Parlament con resignación y ofrecerían a las pocas horas un nombre para hacer olvidar sus acusaciones a ERC, PSC y la CUP de estar colaborando con la “justicia del Estado opresor”. Tanta ingenuidad tampoco puede sorprender a estar alturas; sin embargo, una cosa es la ingenuidad crónica de ERC y la otra la gravedad de tolerar que la presidencia del Parlament quede vacante por temor a las reacciones de Junts.

Quim Torra inauguró la política de deslegitimación sistemática de las instituciones autonómicas catalanas, las históricas, para así favorecer, según sus cálculos, el advenimiento de la república. La profecía no tiene atisbos de cumplirse y ERC parecía mantenerse al margen de esta barbaridad, pero ante el nuevo intento de Junts de llevar a la práctica tal deslegitimación, los republicanos han decidido ceder al chantaje de sus socios. ERC pone por delante el cumplimiento del pacto de investidura con el partido de Borràs a la exigencia del normal funcionamiento de la Cámara catalana. Un pacto, por cierto, vulnerado a diario, en opinión de sus socios.

Aquel acuerdo de gobierno de papel mojado se ha convertido ahora en un compromiso sacrosanto, dejando a la intemperie a una institución de todos. Debe ser un homenaje al presidente Torra. El miedo de ERC a seguir adelante en el proceso de sustitución de Borràs convierte la decisión de la mesa en un paso en falso, en una trampa para aquellos grupos que apostaron por aplicar el reglamento a una diputada en vías de ser juzgada por corrupción. Junts les entregó sagazmente la manija a los republicanos y estos no se atreven a utilizarla, quedando todos a merced del partido de Borràs, que ha transmutado la derrota inicial en una victoria táctica.

Una victoria pírrica y transitoria de ser condenada finalmente Borràs, pero una posición de fuerza mientras dure la interinidad, una interinidad que centrará la atención durante el debate de política nacional y la celebración del 1-O, ahogando las cuestiones de mayor urgencia. El primer afectado será naturalmente el presidente Aragonès, que viene anunciando que la crisis económica debe ser la prioridad. La pérdida de tiempo no es una novedad en la política catalana protagonizada por los dirigentes independentistas. Es ya una tradición de la que pronto se celebrará el primer quinquenio. La han convertido en una característica del movimiento que aspiran a contagiar a toda Cataluña.