La campaña electoral se había olvidado de los números. Tanto mejor, porque la economía, ciencia lúgubre de Carlyle, busca la intensidad y detesta el arrebato. Está hecha para exploradores del dato y del espíritu; crece muy lejos de los voceadores. A dos días de las urnas, la senda de la desaceleración le soltó un sopapo a la izquierda: 50.000 bajas en la EPA del primer trimestre. El primero en aprovechar el socavón, Toni Roldán, el gurú económico de C’s, metió la gamba hablando del drama de España, sin acordarse de que la contratación de Semana Santa (siempre alcista) había quedado fuera de la estadística de este año. Debió pensar que hasta el rabo, todo es toro. Suerte que Pedro Sánchez no se entera de tan metido en harina, lo que nos ha evitado otra reyerta. Cuando el presidente disolvió las Cortes se olvidó de que los comicios no son una prerrogativa del poder sino un bello privilegio del pueblo. Sánchez supera en intensidad a sus contrincantes, pero mirándole de frente, el pensamiento crítico agoniza.
La EPA trimestral, además de desatar el miedo, permite evaluar el alcance del ciclo: todos los trimestres desde 2008 registran bajadas de la ocupación y a lo largo del ejercicio finalizado en marzo, el aumento del empleo ha sido de 600.000 puestos, con un crecimiento de más del 3%, “un volumen no visto desde antes de la crisis, destaca Josep Olivé, catedrático del Departamento de Economía Aplicada de la UAB. Sin olvidar que los contratos indefinidos, que suelen ser un indicador de calidad de trabajo, están en máximo histórico. Hay cal y arena, pero lejos de acongojas innecesarias, porque no estamos delante de una crisis, como se han encargado de recordar el FMI y la OCDE al hablar de desaceleración, no de recesión. Roldán lo sabe y Daniel Lacalle (voz económica de Casado y hombre fuerte de la Fundación Concordia y Libertad) también. Pero por lo visto, todavía quedan cocineros convencidos de que alterar los ingredientes es la mejor forma de hacer paellas.
Lo de vivir de espaldas a la economía se vio en el debate de Atresmedia, especialmente cuando la platea de los atriles se llenaba de gente en cada paréntesis. En uno de estos intermedios, desoyendo a Iván Redondo, Sánchez se ató los machos para bajar al fuego cruzado de Casado y Rivera. Revolcó, mientras Pablo Iglesias, en modo Séneca, se supo mantener al margen vendiendo retales del catecismo constitucional, que ha devuelto la fe a los de Podemos.
Aunque muchos no lo crean, analizar los mercados es una forma pintoresca de acercarse a la radical inocencia de la vida; es una refutación de los requisitos, sean estos religiosos, raciales o nacionales. La economía del conocimiento, tronco del siglo XXI, es una manifestación de vitalidad, que excluye el ejercicio exangüe de los agoreros. La ciudadanía actual es un ejército de supervivientes que logró superar la mayor crisis de liquidez sufrida por la humanidad, después del estallido de Lehman Brothers. Que no les cuenten historias.
Caricatura de Pedro Sánchez / FARRUQO
Después de Bergson, el contraste entre nuestro conocimiento y lo que el mundo nos revela dejó de ser una verdad. Pero ahí, en este combate soterrado, ha echado raíces la aparición marciana de Vox, el partido excluido, cargado de verdades metafísicas, a las que temen los editores cada día menos influyentes de Financial Times, Le Monde, Frankfurt Algemeine, La República o El País, la Europa de papel, encastada en lo rancio. Como sujeto elíptico de una batalla dialéctica de escaso contenido, Santiago Abascal, el Jefe, amenaza con levantar un huracán. En el ojo de la ventisca viaja Leviatán, el partido con capacidad disruptiva, instalado en el silencio por puro desconocimiento y alimentado en las raíces secas del resentimiento. Abascal podría acabar decantando hoy la balanza a favor de un Gobierno presidido por Casado, convertido en Romanones, aquel vástago Figueroa que, antes de llegar a conde, ostentó una Grandeza de España, concedida por la reina Victoria Eugenia. Es decir, aquel que llegó sin comerlo ni beberlo, gracias a los temores de la realeza a las frecuentes asonadas militares.
Los que anuncian las siete plagas económicas hacen las veces de los antiguos pronunciamientos; ellos prometen aplicar recetas más baratas y fiscalmente menos costosas para sus bolsillos. Este “frente del rechazo” exige una administración menor y recentralizada, como medicina ante la España rota; y, a medida que nos acercamos a las urnas, su mensaje banaliza al soberanismo catalán. Promete quitarnos el dolor de muelas (es de agradecer), pero su liberalismo desconoce la inercia del Bienestar, pasión del siglo.
Con todo, no vayamos a creer a ciegas en Sánchez, aquel doctor cum fraude bajado de un Comité Federal, destruido por sus propios centuriones y renacido como un Ave Fénix, después de un viaje iniciático a los circuitos profundos del socialismo español. Se comió su escaño delante de Susana, la Faraona del Sur que calienta justiciables para cuando llegue la sentencia de los eres; firmó el cuaderno apócrifo de aquel Manual de resistencia mientras su alianza secreta con ERC afianzaba por error la herida catalana, sin permiso de los mayores que se pusieron de perfil (los Castells, Tura, Mascarell y compañía), flancos ya del catalanismo por entregas, convertido en enciclopedia de venta ambulante.
Viéndole venir, uno certifica que no hemos aprendido a diferenciar entre ideas y creencias, como trató de enseñarnos Ortega. Y al hilo del discurso del filósofo es posible otear a Sánchez como el emblema del hombre público que, si no salva su circunstancia, tampoco se salvará él. Pero no importa; sale primero en la parrilla de salida. Al fin y al cabo, la política de hoy lleva impresa la predilección por el menos malo.