Oliu despachará en Serrano, desde la elegante sede madrileña de Banc Sabadell, e incluso puede haber encontrado choza en la Milla de Oro. Irá a pie de casa al trabajo. Por simple higiene mental, el banquero-sabio huye de los Edictos de Constantinopla del inconsciente obispo Junqueras, que ha convertido el independentismo en religión obligatoria. Silencio y diligencia; es la única respuesta que merece esta iracundia indepe del martillo pilón. La irresponsabilidad de la dirigencia desertiza el país a gran velocidad. Pronto nuestra economía, modelo de entramado productivo, se habrá convertido en un erial. Por eso, Josep Oliu, presidente del Banc Sabadell, se ha quitado de en medio, dispuesto a proteger su red. Es un vallesano de carencia manresana. Un enamorado de la tierra que trata de defenderla desde las redes inteligentes y no localizables del siglo XXI. Piensa en sus accionistas y clientes. Está salvando los muebles o quizá lo cambia todo para que nada cambie, como aquel príncipe de Salina, conocido con el sobrenombre de Gatopardo.
Si somos lo que fuimos, la cuenca industrial más poderosa de Europa después de la del Ruhr (la Ruhrgebiet alemana), es porque supimos entender el país como el fruto de un gran acuerdo interclasista, un enorme compromiso histórico entre empresas, profesiones, asociaciones, sindicatos, universidades, fundaciones, etc. Pues bien, el independentismo ha roto este pacto social, lo ha pulverizado desde los despachos, y ahora trata de laminarlo desde la calle. Los neoconvengentes, convertidos hoy en sans- culotte de intriga palaciega, son los pompeyanos que quisieron destrozar el mundo para renacer de sus cenizas; los cristianos primitivos, que prometieron hacer de las catacumbas auténticas catedrales. Han bajado a las profundidades de la verdad revelada y ahora expanden su mensaje a sangre y fuego. Quieren que nosotros seamos la expiación que buscó Robespierre en la guillotina, “espíritu de la nación”. Necesitan muertos para exhibir su heroísmo. Exigen el dolor ajeno para limpiar las impurezas del pueblo; imponen un ritmo lento a su hoja de ruta para que el drama se haga doctrina, como hizo aquel general entre Belchite y Barcelona.
Nunca estuvo tan claro que la supervivencia de la política depende de los mercados y de la hybris de la ciudadanía. Pero los indepes no aceptan esta regla. No les importan ni la economía ni nuestra opinión. Oriol Junqueras, sumun de la estulticia en el mensaje, lo aclara así: se han ido bancos y grandes cabeceras pero “en Cataluña hay 260.000 empresas que no se han ido y aguantan perfectamente”. Es decir que este arcipreste de barriga prominente y observancia mística compara los motores de la economía (los que se han ido) con sus redes subsidiarias (los que se quedan). El colmo. ¡Que vuelva el sabio, por favor! Con Mas-Colell teníamos por lo menos el privilegio de no entenderlo, pero este vicepresidente se ha convertido en un dolor de muelas.
Viene la DUI como obediencia al mandato popular del referéndum. Pasan las horas y, desde una ventana del Palau, Puigdemont busca en el cielo una señal de Bruselas. Pero nadie mediará. Nessun dorma (Tu pure, oh Principessa
Nella tua fredda stanza). La consulta ha sido suspendida por el Constitucional y la UE no defiende casos sin bases jurídicas. La Europa de Robert Schuman y Monet se creó para combatir a los nacionalismos egoístas. Y en el Tratado de Lisboa dice bien claro que las constituciones de los estados miembros valen para la toda la Unión.
El activismo ha transformado a los ciudadanos en consumidores (la protesta del viernes en los cajeros automáticos); proliferan los boicots en la forma de un lifestyle-statement porque el independentismo se ha dado cuenta de que el poder de los consumidores es mayor que el de los electores. Lo más curioso es que la definición del combate en las calles depende de los “no electos” (Puigdemont y los líderes de la ANC y Òmnium encarcelados en Soto del Real). Delante de las multitudes se quedan solos los artistas sin obra y los valientes que tienen a la humanidad impresa en su retina.
Nunca estuvo tan claro que la supervivencia de la política depende de los mercados y de la hybris de la ciudadanía. Pero los indepes no aceptan esta regla. No les importan ni la economía ni nuestra opinión
Los buenos banqueros, que los hay, son parte de este combate episódico. Saben que una democracia no funciona sin la participación de organismos reguladores y supervisores que no sean abducidos por los partidos políticos. La élite financiera (no la élite extractiva) se ha forjado lejos de la cultura demoscópica y se mantiene incontaminada por el poder abrasivo de los aparatos del Estado. Esto es lo que enseñan las escuelas de Economía Teórica y lo que practican directivos como Goirigolzarri (reflotador de Bankia), Gortázar y Jordi Gual, bajo la batuta de Fainé en Caixabank o el mismo Jaume Guardiola, segundo de Oliu en el Sabadell.
La política y la gestión moderna han invertido los roles. Hoy el público es invisible frente al gobernante o líder empresarial, cuyo poder se refleja en el rostro. Como señalan los sociólogos, no gobierna quien ve sino quien es visto y, en la nueva democracia oracular, la percepción lo es casi todo. Los administrados viven un momento de mínima participación y máxima expectación. Y ahí tienen las de ganar los coherentes. Cuando la política se ha convertido en algo externo a la vida de muchos, renacen los managers, un modelo que quedó sepultado hace un siglo y que hoy vuelve bajo un nuevo formato. Por un exceso de exposición, los políticos no gobiernan a los ojos del pueblo, como quería Rousseau, y sí en cambio pueden hacerlo los banqueros.
La relación entre política y finanzas tiene un antecedente fundamental: la victoria de Mitterrand en Francia en 1981, con un programa nacionalizador y la rápida respuesta de David de Rothshchild, que trasladó su sede de París a Londres. La Banca Rothshchild, como gestora de fortunas, no ha vuelto a Francia tras encontrar en la City el acomodo fiscal y sinérgico que precisaba. No son casos comparables. El Sabadell es un banco global (no solo gestiona patrimonios y diseña fusiones, que también) pero también ha reaccionado antes del contagio. La presidencia de Oliu en Madrid no es un desafío a la independencia. Es una exigencia del guion: sitúa su máxima responsabilidad delante del supervisor, el Banco de España, porque así lo quiere el emisor, que es el Banco Central Europeo. Lampedusa no se esconde. Sitúa sus artefactos allí donde mejor podrá defender a todos sus clientes, especialmente a los que corren el peligro de quedarse atrapados en la Cataluña de Puigdemont y Junqueras, la meseta tibetana.