David Madí es un indepe con plumas de pavo real. Sabe que los mejores peajes se liquidan a medio camino entre el Estado y la autonomía. Lo entendieron los proconvergentes colocados en Enersis (Español) y Telefónica (Vilarrubí), tras los Pactos del Majestic, y lo experimentó el propio Madí en la presidencia regional de Endesa, durante la etapa blanda de ZP, con Artur Mas en el Govern..
Ahora, el consultor Madí reaparece como parte de la Crida Nacional per la República, el paraguas populista de Carles Puigdemont, un espacio sagrado del soberanismo autoproclamado por encima de sus partidos. La Crida ningunea al PDeCAT y a ERC, y tiene vocación de nueva Convergència, una prosodia inclusiva para la tribu. El regreso de Madí expresa la vuelta de los grupos de interés que tanto han reportado al nacionalismo, a base de mordidas y comisiones. Hace años que no se gobierna en Cataluña y la máquina del pilla-pilla está oxidada. Madí engrasará sus goznes y llenará el cofre de Puigemont. Su regreso a la política estaba cantado desde que se quedó fuera de las grandes empresas, como Applus o Deloitte, y cuando perdió la gracia de Pallete, el presidente de Telefónica, y de Borja Prado, en Endesa. Ahora, en el sector privado solo dispone de su propia munición: las consultoras Iki Cat y Nubul, acusadas ambas por la Fiscalía y la Abogacía del Estado de Hacienda de emitir facturas falsas.
Madí es un todo terreno con facilidad para el regate corto, lo que le mantuvo tanto tiempo en la orilla sombreada del nacionalismo. Él sabe bien que, para servir a su causa, hace falta practicar el frontón con Madrid. Lo aprendió de su antepasado Joan Baptista Cendrós (El cavaller Floïd, como lo ha dejado escrito su biógrafo, Genís Sinca) y de los fundadores del Òmnium. Aquella gente, prehistoria de Convergència Democràtica, se enriqueció con España y ahogó su mala conciencia en el catalanismo de basílica. Así lo hizo Millet i Maristany, en su larga etapa de presidente del Banco Popular o el abogado de la entidad, Josep Benet, secretario de la Comisión Abad Oliba, senador en las primera elecciones de la Transición y paniaguado después por Jordi Pujol en el Instituto de Historia. En los años del hierro, del colaboracionismo al nacionalismo había un palmo. Se ve en otro de los filántropos fundacionales en Òmnium y el Palau: Félix Escalas, expresidente de la Mancomunitat en la etapa residual de Primo de Rivera, vinculado al Banco Urquijo y al diario regionalista de Cambó, La Veu de Catalunya; soporte de Franco en el 36 y patrón del velero mercante Sant Mus, donado a la Escuela de Flechas Navales.
Para ofrendar ante el altar de la Cataluña factual hay que servir primero a la vertiente española del poder económico. Cataluña y España son siamesas vinculadas a través del intercambio de mercancías, hasta el punto de que nuestro déficit fiscal se ha cubierto tradicionalmente con el superávit comercial que tenemos respecto al resto del Estado. Realidades como la citada también explican el intento soberanista de volver a la vida, dejando a ERC en la cuneta, con la Crida de partido único, cercano a la Ley Nacional de Netanyahu, con el hebreo de lengua oficial y el árabe proscrito; el nuevo artefacto político será una palanca como la que expulsó a los refugiados de Vukovar en pleno conflicto de los Balcanes. Funcionará como un circo abigarrado de alcaldes de pueblo y cargos inventados por los Consejos Comarcales, las veguerías prerepublicanas.
Esta novísima formación lleva tres ases colgados del pescante de Puigdemont: Ferran Mascarell, Agustí Colomines y nuestro hombre, David Madí. Son el trío fiel de Artur Mas, que altera la paz de los adocenas convergentes en plena derrota del procés. El primero, Mascarell, intelectual orgánico de la troupe, es un tránsfuga de cerebro ordenado. El segundo, Colomines, convive con el entramado supremacista más reciente, al grito del “que se joda España”; fue director de la Escola Nacional d’Administració Pública de la Generalitat, un no-logro estéril. Madí, por su parte, siempre estuvo, aunque su primer diseño consistía en evitar el choque de trenes. Ahora cuenta con el torpe favor de la justicia alemana y con la trivialización de símbolos peligrosos que creíamos periclitados, como la pureza étnica, que predican Viktor Orbán, Matteo Savini o Andrzej Duda, alineados con la ideología profunda de Quim Torra. Sea como sea, Madí vuelve para hacer caja al lugar del crimen.