Entre Abyla y Caspe, las columnas de Hércules, se extiende la Bahía de Algeciras, sede de un ciclo combinado de alta rentabilidad y atraque de gas licuado procedente de Libia, Argelia y Egipto. Esta estación generadora ha sido adquirida por Repsol, junto con el resto del lote porque a veces, para llevarte la pieza, pagas la cesta entera; así, en la misma operación han caído las centrales de Navia, Picos, Escatrón y Aguilar, todas de Viesgo. Por un total de 700 millones de euros, la petrolera española se ha convertido en operador eléctrico a gran escala. El coste de oportunidad se decanta esta vez por el lado del comprador (buen ojo), el presidente de Repsol, Antoni Brufau, que muchos años después de la fallida OPA de Gas Natural sobre Endesa, entra en el del lobby eléctrico, que manda en España. El estilo de Brufau y de su CEO, Josu Jon Imaz, más que austero es una antípoda de la grandilocuencia. Van ambos en la piel de Deusto, en la pura afección al principio suaviter in modo, fortiter in re.

Brufrau se incubó en el mundo de los arturitos (consultores de Arthur Andersen), cuando la moderna auditoría puso sus manos sobre la contabilidad de las compañías eléctricas, un mundo en el que, desde siempre, la proximidad del poder cuadraba por contagio las cuentas de resultados. Con la entrada de las matemáticas se puso al descubierto el enorme desequilibrio sobre el que descansaba el patrimonio de las “cien familias” (los Ybarra, Fenosa, Alegre Marcet, March, etc.). Brufau conocía los pasivos y sus pies de barro; los activos y sus sobrevaloraciones; conocía los ficticios y los fallidos. Decidió entonces dejarse llevar por el ingenio.

antoni brufau farruqo

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Abrazó de entrada la causa cientifista que parece regir la economía, cuando en realidad el mercado solo está sujeto al pacto y a su contrapartida, al quid pro quo. Han pasado bastantes años desde que dejó Gas Natural y la dirección general del Grupo La Caixa, que fue gran cartera de valores en el Ibex 35. Gobierna Repsol sin rendir exactamente en el altar del crudo porque tiene quien lo hace para él, Josu Jon Imaz, como Gortázar lo hace para Isidro Fainé en Caixabank y otros dúos actuales o pasados del mismo pelaje, como Pedro López Jiménez y Florentino en ACS; Dancausa-Pedro Guerrero, en Bankinter; Enric Casi-Isak Andic, en Mango; Ángel Cano-Francisco González en BBVA o Córcoles-Sánchez Galán, en Iberdrola. Como algunos de los citados, Brufau ya no pertenece; es un miembro estiloso de la internacional del criterio, lo que en un tiempo no tan lejano quiso ser la Comisión Trilateral creada por David Rockefeller. La bondad no es inherente, se aprende practicando y por eso he dejado para el final el últimos de los dúos creados en este espacio: el que componen Alicia Koplowitz y Oscar Fanjul, la primera, empresaria y patrimonialista por aliento familiar, y el segundo, un profesional contrastado, que fue presidente de Repsol, entonces empresa pública, con Felipe en la Moncloa.

La situación de los managers nunca es inmutable. Sube y baja como la espuma, aunque la pérdida de poder ejecutivo no se produce en paralelo al menoscabo de la influencia. Veamos el caso de Isidro Fainé, presidente de la Fundación la Caixa, accionista de referencia de Caixabanc y de su entramado accionarial corporativo; ahí es nada. Perder el sillón no implica perder el palco. Fanjul alimenta estratégicamente los interese de la Koplowitz en el gran fondo Omega. Responde de ingentes cantidades de dinero, pero permanece agazapado; no se le ve por ningún sarao capitalino, como no sea en un estreno del María Guerrero o en el Teatro Nacional, las noches de ópera. En el universo catalán, las apariencias y los pases son todavía más escasos. Brufau y Fainé fueron los dos delfines de Josep Vilarasau en el gran momento de expansión de La Caixa. En un primer instante, Brufau fue la reforma y Fainé la contrarreforma. Pero pasaron los años y Fainé se hizo con el control absoluto del gran portaviones financiero catalán y abrazó la reforma. Se olvidó de Sanjosemaría y regresó al calvinismo austero del fundador, Moragas y Barret. No es una cuestión religiosa sino de estética. Fainé es el gran banquero catalán; él marca el éxito financiero de los catalanes después de tantos años de dudas a causa de las exposiciones fáciles de Francesc Cambó y los economistas de la Lliga Regionalista. Y causa también de Banca Catalana, el exabrupto.

Pero tanto, Fainé como Brufau compiten hoy en la Cataluña del procés, un momento de declive inmerecido e impuesto por políticos irresponsables que quieren hundir el país para poseerlo después. Consumado el triste papel de Quim Torra en Washington frente al embajador español, Pedro Morenés (hijo de vizconde, marqués de Eulate, algo circunspecto, pero demócrata por el amor de Dios), nos quedan pocos consuelos como no sean las letras, las artes o la medicina genética que son, entre otras, las disciplinas con eco en el mundo filantrópico de la Fundación La Caixa.

Vivimos años oscuros. El discurso sirve a odios sectarios y ambiciones nacionales antieuropeas; multiplica las sectas, hiere al decoro y a la moral. Quizá merece la pena analizar los silencios de nuestros artistas, financieros y académicos que han sido capaces (no pocos) de recuperar el arte epistolar para no morir de soledad y dolor de corazón ante el país escindido. Vendrá un día en que nuestros desvelos de hoy encontrarán consuelo en quienes hayan dejado testimonio escrito antes sus correspondientes. Será el regreso de Petrarca, maestro en el diálogo amistoso y por carta.

Quizá entonces conoceremos el ideario político soterrado que mueve a Brufau, el ausente (vive entre Madrid, Londres y Nueva York). De él y de toda la clase dirigente económica catalana sumida en un mutismo que hace daño. Brufau salió de Gas Natural para influir en el poder político desde Repsol, su accionista de referencia. Dejó la aventura eléctrica, concretada por Fainé (presidente entonces de Gas Natural) en la compra de Fenosa, cuando el gas era ya la energía primaria de éxito (ciclos combinados). Y ahora vuelve a la electricidad con la compra de los activos de Viesgo. ¿Es su vendetta frente a Fainé? Siempre supimos que la venganza es un plato que se toma frío.