Ha resultado impactante el reconocimiento en los medios a José Martí Gómez. Leyendo los artículos publicados, aún sorprende más cómo se refieren a tantos matices de su tremenda humanidad. Además, al dolor por la pérdida del amigo se suma la añoranza de aquel mundo que le permitió elevar de tal manera la figura del reportero.
De Martí siempre me sorprendió su enorme pasión y habilidad por adentrarse en lo más recóndito del ser humano. Aquella empatía para encontrar destellos de dignidad aún en la más mísera de las circunstancias. Católico, rojo y perico, como se definía, disfrutaba de una fina ironía y sentido del humor, que parecía servirle de antídoto para no sucumbir en ese mundo de los perdedores, del que todos rehuimos, y que él retrató como nadie.
Una trayectoria periodística en la que contó con un gran aliado: el tiempo. Un buen periodista requiere de tiempo para entrar en la persona que está detrás del suceso. Una aproximación trabajada, lenta, sucesiva, al protagonista y su mundo. A ello le añadía una capacidad única para crear ese clima de confesionario que, en su momento, le facilitaba la pregunta hiriente, la que nadie más se atrevía a formular, la que le permitía entender al personaje. A él no le interesaba narrar el acontecimiento, él pretendía penetrar en el protagonista, héroe o villano.
La inmediatez y el desarraigo de lo digital nos ha llevado a otro mundo, también en lo periodístico. Una de las mejores muestras la encontramos en el tránsito del rigor de la entrevista a la banalidad de la tertulia. Incluso en la propia entrevista, arte que dominaba como nadie Martí, la transformación ha sido radical. En sus piezas se juntaban el trabajo previo y la sagacidad del entrevistador con la densidad del entrevistado. Y, de ahí, la capacidad de sorprender al lector. ¿Cuál es hoy el interés de una entrevista si lo único que se busca son los titulares?
No son tiempos para el periodismo. Por lo menos, para el de Martí. Una pena, porque hay muchos profesionales que llevan el buen periodismo en la sangre, pero se encuentran forzados por la inmediatez y, a menudo, con una libertad condicionada por las orientaciones de sus medios, sumidos en una inacabable batalla por la supervivencia. Pero las circunstancias cambiarán. Y ahí queda el ejemplo de José Martí Gómez.