Hace pocos días se anunciaba la construcción de una fábrica de baterías para el vehículo eléctrico, en una iniciativa conjunta de Gobierno, Seat, Iberdrola, Telefónica y Caixabank. Un proyecto ambicioso y bien articulado que, sin duda, se podrá beneficiar de los fondos europeos Next Generation. Una noticia excelente, pues consolida la posición de Seat, y refuerza a un sector tan fundamental para nuestra economía como el del automóvil. A su vez, constituye un proyecto paradigmático de como avanzar hacia un modelo sostenible y de mayor valor añadido.
A la espera de un plan general para el conjunto de la industria automotriz, resulta sensato que el primer proyecto se articule alrededor de Seat. Ésta, al igual que todas las empresas automovilísticas españolas, es filial de un grupo multinacional, si bien con alguna diferencia significativa. Así, aparte de su mayor dimensión, es la única con marca propia y con capacidad para diseñar y producir un nuevo modelo. De hecho, su centro de investigación y desarrollo, ubicado en Martorell, es el más relevante del sur de Europa.
Sin embargo, aún no se había hecho el anuncio, y el alboroto ya estaba servido. El gobierno catalán plantaba al Rey en su visita a Martorell y, de paso, también al presidente mundial del grupo Volkswagen. A partir de aquí, la previsible batalla política acompañada, en este caso, de la enorme indignación de un empresariado catalán exhausto por la larga crisis financiera, el procés, y la tragedia del coronavirus. Sólo faltaba la radicalización y desorientación de la política en estas circunstancias.
Pocas horas bastaron para que alcaldes y presidentes de comunidades, con intereses en el sector del automóvil, denunciaran el supuesto trato de favor del gobierno español a Cataluña. Con el enfado añadido por la manera como la comunidad favorecida por la inversión afeaba al Jefe del Estado.
En resumen: inmersos en una coyuntura enormemente compleja y amenazante, la mejor noticia económica de los últimos tiempos condujo a un embrollo monumental. ¿Hasta dónde puede llegar el desvarío de nuestra política?