Hasta ahora la Comunitat Valenciana es la única autonomía donde no ha existido una hegemonía política única casi constante. Si pasamos por las 17 comunidades en que está dividida la estructura territorial de España observamos que en todas ellas han tenido, en términos temporales, un predominio del PP o PSOE, salvo algunos periodos, con pactos a derecha o izquierda con otras organizaciones políticas, generalmente circunscritas al espacio autonómico.

Así ha ocurrido en Asturias, Andalucía o Extremadura donde el PSOE ha ejercido en los años de funcionamiento del gobierno de la comunidad su preponderancia política. Como lo ha hecho el PP en Castilla y León, Murcia o Galicia. Otras como Cantabria han sido gobernadas por PSOE, PP o por el Partido Regional con apoyos del PSOE o Cs. En el caso de Cataluña o País Vasco son los partidos nacionalistas quienes han ejercido la gobernabilidad mayoritariamente, con periodos cortos del PSOE-E, con apoyo del PP o PSC. Puede, tal vez, haber cambios en el futuro si especulamos con el resultado de las elecciones andaluzas del 19J.

Si embargo, en la Comunitat Valenciana desde la aprobación del Estatuto en 1982, las elecciones que se han producido entre 1983 y 2019 han provocado una simetría política: el PPCV ha gobernado 20 años (1995-2015) y el PSPV-PSOE también con el mismo tiempo (1983-1995 y 2015-2023). En el caso del PP, con el acuerdo de coalición en una primera legislatura con Unió Valenciana, una formación nacionalista anticatalanista y después con mayoría absoluta.

Mientras el PSPV lo hozo en solitario en las tres primeras legislaturas, y después en el pacto de coalición llamado Botànic I y II por el lugar donde se firmó en Valencia (jardines del Botànic). En primer lugar con Compromís, que a su vez es una coalición entre Alternativa Democrática (escisión de IU liderada por Mónica Oltra que se convirtió en la principal crítica contra las corrupciones del PP con Gurtel, la visita del Papa y el accidente del Metro), el Bloc nacionalista, resultado de las distintas opciones políticas en que ha devenido el valencianismo de izquierda desde 1980, y los Verds (ecologistas), y además con el apoyo parlamentario de Unidas-Podemos entre 2015-19 e incorporándose al gobierno en 2019.

Durante estas dos legislaturas las relaciones entre los distintos bloques se han sostenido no sin problemas de entendimientos a consecuencias sobre las medidas tomadas o no culminadas. En este sentido la dimisión de la vicepresidenta y portavoz del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, las tensiones entre PSSV y Compromis han aumentado de manera exponencial con la crítica de la propia Oltra en su despedida por su dimisión forzada ante la imputación (investigación) por haber supuestamente ocultado los abusos sexuales de su entonces marido a una menor en un centro de menores, que dependía administrativamente de la conselleria dirigida por la propia vicepresidenta.

No obstante, los acuerdos del Botánic I y II estaban cargados de retórica, sin muchas especificaciones, donde lo principal era una comisión de seguimiento (¿seguir qué?) por si surgían problemas a lo largo de las legislaturas. Se aludía al rescate de personas, la regeneración democrática, la lucha contra la corrupción, un nuevo modelo productivo, financiación justa y gobernar para las personas.

Se especificaron en enero y diciembre de 2017 más de 200 medidas para transformar la economía de la comunidad, con un lenguaje con demasiada literatura y poca concreción, en la que no se aportaran estadísticas ni estudios detallados. Era como los programas que se presentaban de cara a las elecciones, y así se afirmaba, entre otras formulaciones, “mesura de foment de la gestió democràtica i comunitària de l'energia assessorant els municipis que aposten per ella”, sin un estudio concreto de lo que significaba en términos concretos. O “impulsarem una llei per l'economia circular que integre els principis d'economia circular de la UE". Lo que debía ser, en todo caso, un resumen respaldado por estudios pormenorizados.

Esto está muy lejos de lo que ocurre en Europa. El modelo alemán es un ejemplo: durante tres o cuatro meses se establecen comisiones con políticos de las formaciones a coaligar, junto a técnicos y expertos en determinadas materias. Los ejecutivos formados por la coalición de la Democracia Cristiana (CDU) y los socialdemócratas (SPD) escribían y recopilaban, en varios tomos, los acuerdos suscritos en todos los campos, entrando en detalles, y las posibles incidencias que, supuestamente, se podrían dar en el proceso del gobierno. Después de las últimas elecciones, en que han llegado a un acuerdo socialdemócratas, liberales y verdes, estos han aplicado la misma práctica, y puede verse en internet un resumen de lo pactado. Pero también ha ocurrido lo mismo con las coaliciones en Dinamarca, Holanda, Finlandia o Italia.

En el caso del Botànic, lo principal fue cómo se distribuían los cargos de las distintas consellerias para que existiera un equilibrio entre el PSPV y Compromís, combinando conseller de un partido con secretarios autonómicos o directores generales de las otras formaciones. En algunos casos las cosas han funcionado razonablemente bien, y en otras con dificultades y desencuentros. Pero ha servido para que Ximo Puig lleve ya siete años como presidente de la Generalitat Valenciana.

Al final, todo ha devenido en un gobierno parecido a los del Líbano donde cada parcela era dirigida por el partido al que le tocaba en su grado más alto, la Conselleria, sin que los otros pudieran inmiscuirse. Así ha pasado en los temas de cultura, donde casi todo ha quedado en manos de Compromís, sin que el PSPV defina su modelo: ¿Es el mismo que el de Compromís? Se alega ante esta comparación se me alegará que no somos alemanes para ser tan puntillosos, pero en cambio reivindicamos los valores de la cultura y la ciencia occidental. Y estamos muy a gusto con la fábrica que va a instalar Volkswagen en Sagunto, al tiempo que pedimos más recursos para la investigación en todos los campos científicos. Y ahora salen con que todo es una conspiración fascista, término que de tanto usarlo ha perdido su significado.

Y si así fuera, ¿qué? Lo sustancial es la fenomenología de los hechos que los jueces tendrán que dilucidar, e importa poco que la extrema derecha haya entrado en el asunto. Las conspiraciones son habituales en las democracias occidentales, para bien y para mal, y lo que hay que dilucidar es si lo que se afirma es cierto o son solo noticias falsas (fake news, en inglés).