Con mitos, falsedades y cuentos --todo lo cual viene a ser lo mismo-- los secesionistas han embaucado y llenado las calles y las urnas, han fracturado y hundido a Cataluña, han afectado e infectado a España entera.

Incluso en tiempos proclives a la verborrea populista sorprende la habilidad manipuladora de los dirigentes secesionistas; no sorprende tanto, sin embargo, como las tragaderas inmensas de sus crédulos seguidores en un país que presume de sensatez (de seny).

Junto al cuento de la autodeterminación, destaca el cuento de la represión. Aunque son prolíferos como inventores de cuentos; el último, el cuento de hadas de Aragonès sobre las bondades de la “república catalana”.

Si no dicen en qué consisten, “represión” y “represor” son palabras vacías con las que se llenan la boca y que elevan a una categoría ontológica para denigrar a los que se oponen a su aventurismo: “Estado represor”, “Tribunales represores” e incluso “Monarquía represora” (la del constitucionalmente coartado Monarca que necesita la autorización del Gobierno para asistir a un rutinario acto oficial). ¿A quién y qué institución les queda por incluir en su lista de represores?

Según los secesionistas, la represión cubre de “ignominia y venganza” cualquier actuación del Estado en defensa de la legalidad que ellos vulneran. Y son cómplices de la represión todos los individuos, partidos políticos, entidades civiles  y medios de comunicación que no comulgan con sus disparatadas ideas ni aceptan sus absurdos propósitos. Pero también tapan con la palabra represión su desgobierno y sus miserias.

Veamos unos ejemplos sencillos del uso corriente de la “represión”. Lo sencillo resulta especialmente  ilustrativo de su afición al cuento.

Laura Borràs, portavoz de JxCat en el Congreso  y aspirante a presidir la Generalitat, llama represión al hecho de ser investigada --sólo investigada-- por presuntos delitos de prevaricación, fraude a la Administración, malversación de caudales públicos y falsedad documental en 18 adjudicaciones de contratos a un amigo cuando era directora de la Institució de les Lletres Catalanes. Lo que un castizo llamaría un “pelotazo amigo”.

Joaquim Torra, portavoz de Puigdemont y negado (ex)presidente de la Generalitat, llama represión al hecho de haber sido inhabilitado no por ejercer la libertad de expresión --que ejerce libremente al calificar el hecho de “represión”--, ni siquiera por haber puesto una pancarta, sino por algo tan poco inteligente como no retirar a tiempo la pancarta partidista “Llibertat presos polítics i exiliats” del balcón del Palacio de la Generalitat en periodo electoral, vulnerando así la legalidad y la neutralidad institucional.

En la entrevista de despedida que el director Vicent Sanchis le regaló en TV3, Torra llegó a insinuar que había buscado la inhabilitación para acreditar la represión ante Europa. Así de inútil se definía al reconocer implícitamente que abandonaba sus responsabilidades como gobernante por seguir exhibiendo una pancarta con un lema archiconocido.

Veamos un ejemplo  más fuerte. Cuando el pasado 11 de septiembre fueron detenidas por la Guardia Civil cuatro personas, entre ellas un concejal de la CUP, como presuntos autores de un  sabotaje en las vías del AVE,  al poco se montó una concentración exigiendo la libertad de los detenidos y “el fin de la represión”. Sí, llamaban represión a la detención obligada por algo tan grave como actos que podían haber provocado el descarrilamiento de un tren.   

Y, en fin, el ejemplo mayor. Intentaron nada menos que la secesión de Cataluña por la vía unilateral y llaman represión a habérselo impedido.  

Si  se llama represión a la respuesta del Estado de derecho a quien se salta las leyes, entonces cualquier revientapisos podría invocar lo mismo al ser detenido y quedarse tan ancho como el revientapaís secesionista de turno.   

Es fácil deducir de los ejemplos reseñados cuál es la situación ideal en la que los secesionistas desearían moverse: un limbo legal en el que pudieran hacer lo que quisieran prescindiendo del Estado de derecho, es decir, sin “represión” de los actos delictivos.

Como todo populismo, sea nacional, de “clase”, de género o de cualquier otra cosa, los secesionistas han pervertido el lenguaje; y lo han pervertido hasta el extremo de hacer irreconocible el verdadero significado de las palabras que utilizan en su confrontación (necia) con la racionalidad.

Han faltado voces con autoridad moral que les dijeran “eso no es represión, mentís”.

No tenemos por qué resignarnos a su imposición ideológica. Hay que repetir alto y claro que mienten, que lo que les pasa no es represión, es simplemente vulneración de las leyes. Como las vulneraron Mas, Puigdemont y Torra, los tres ex, que  ahora narran a coro el cuento de la represión en Perpiñán para que lo “escuche” Europa.