En una infumable ensalada televisiva, en forma de entrevista periodística, de la que eran protagonistas básicos dos showmen que la audiencia no se merece, uno de ellos, jubilado del periodismo deportivo radiofónico y venido a menos, revelaba que "un empresario importantísimo" le había confesado que en este país era necesario "pasar por caja para hacer obra pública", a lo que la otra estrella del programa y director del mismo, se veía en la obligación de poner nombre al empresario sin que nadie se lo pidiera.

Évole, Jordi, en un acuerdo tan tácito como grosero con el entrevistado, concluía con una gracieta, señalando que el importantísimo empresario empezaba por Villar y termina por Mir, a lo que García, José María, con una tonta sonrisa pícara consentía afirmando que el nombre del empresario empezaba por V y terminaba por R. ¡No me dirán que no es un ejercicio divertido! Yo todavía me estoy partiendo de risa mientras me acuerdo de que quiso presidir el Real Madrid.

A la mañana siguiente, el juez de turno citaba a declarar a García, y este --con dos-- se retractaba de lo afirmado en el programa Salvados y se quedaba más ancho que largo. Y además se iba de rositas. Los dos periodistas podían haber dedicado el espacio a la corrupción empresarial, podrían haber citado, además de a Villar Mir, a Florentino Pérez a algún Entrecanales o a del Pino, pero siempre con pruebas.

Dejando al margen la charlotada del citado espacio televisivo, homenaje a los carnavales, y con independencia de que viniera o no a cuento las afirmaciones allí vertidas --ji, ji, ja, ja--, por lo chungo del tratamiento que se daba a esta lacra que nos machaca, lo cierto es que la corrupción en el sector de la construcción ha sido, es y será una constante, un estigma, hablemos de dictadura o hablemos de democracia.

Resulta deleznable el tratamiento que Évole y García hicieron de la despreciable corrupción convirtiéndola en espectáculo.

De la primera, de la dictadura, la geografía urbana española está plagada de ejemplos tan vergonzantes como vergonzosos, y la feroz especulación hizo de muchas zonas de localidades españolas espacios inhabitables que solo fueron posibles por la connivencia del poder político con el poder empresarial. Ahí están los nombres y apellidos de quienes convirtieron el suelo en pasto de la especulación y en donde daba lo mismo construir un rascacielos a pocos metros de una catedral gótica que hacer torres y más torres sin el más mínimo equipamiento.

En la democracia, más de lo mismo, aunque ahora se cuidan más las formas, se hacen zonas verdes, algunas escuelas, aparcamientos, etc. Pero es difícil localizar a un constructor que, si quiere facturar y tiene que tratar con los poderes públicos, aprobar un determinado planeamiento o conseguir una licencia, no haya tenido que pasar por caja. Y se engaña a sí mismo y al resto de los ciudadanos el que diga lo contrario, aunque se aceptan las consideraciones que se quieran a la hora de abordar el significado de caja.

El lector que haya tenido el humor de leer algunos de mis artículos, algunos dedicados a estas cuestiones, habrá comprobado cómo he repetido en ocasiones el caso de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid, situada en la parte alta del paseo de la Castellana, zona destinada a uso terciario y que terminó convirtiéndose en asentamiento de cuatro inmensas torres que han cambiado el skyline madrileño e, incluso, obligó a modificar las rutas de aproximación y despegue de los aviones con origen y destino en el aeropuerto de Madrid Barajas Adolfo Suárez.

La corrupción, económica, política o de cualquier otro tipo, en este sector, es una constante que no se reduce al 3%, al Palau o a un empresario en concreto, y por ello resulta deleznable el tratamiento supuestamente periodístico que Évole y García hicieron de ese tipo de comportamiento despreciable convirtiéndolo en espectáculo.