Pisón: A los políticos catalanes les ha importado poco la convivencia

Pisón: "A los políticos catalanes les ha importado poco la convivencia"

Pensamiento

Pisón: "A los políticos catalanes les ha importado poco la convivencia"

El escritor lamenta que los dirigentes soberanistas hayan buscado "dividir la sociedad, porque esa era su arma, gobernar con una mitad en contra de la otra mitad"

18 febrero, 2018 00:00

Ignacio Martínez de Pisón (1960) es zaragozano, aunque vivió en Logroño hasta los 9 años. Y es barcelonés "a todos los efectos" porque vive y siente Barcelona desde 1982. Autor reconocido, Pisón mide sus palabras, pero se expresa con fluidez. Comunica y sabe que llega a su interlocutor, algo principal para un escritor. Transmite lo que quiere contar, lo que plasma también en su obra, determinado a dejar un gran fresco sobre las décadas de los setenta y ochenta. Es lo que ha vivido y lo que le marcó como persona, con la idea de que todas esas experiencias, entre la juventud y los primeros años de la edad adulta, son ya cruciales para el resto de nuestras vidas.

Ahora se acaba de rodar una serie televisiva sobre su novela El día de mañana, en la que refleja la evolución de unos personajes ilusionados con el futuro, en la capital catalana, marcados por la transición política. Afirma con sorna que en la calle del Carmen, en unas escenas en las que unos ultraderechistas clamaban un "viva Franco, viva España", los vecinos reaccionaron sorprendidos y expectantes, lo que demuestra la "gran sensibilidad" que existe ahora en Barcelona y en toda Cataluña, que vive pendiente de si se forma o no un nuevo Govern, con Carles Puigdemont todavía en Bruselas. Ultima un nuevo libro, después de que siga en las librerías, con éxito, su última obra Derecho natural (Seix Barral), con el eco todavía de La buena reputación. Autor de historias familiares, con personajes construidos al detalle, realizó una incursión en el ensayo-novelado, con Enterrar a los muertos, la historia de José Robles, asesinado en la Guerra Civil, profesor de literatura y traductor al castellano de John Dos Passos, que investigó la muerte de su amigo.

--La transición está en el ojo del huracán, con críticas y reproches sobre sus supuestas deficiencias. Usted sigue novelando gran parte de esa época. ¿Cómo ve esas críticas, ahora que tendremos una serie de televisión a partir de su novela El día de mañana?

--La transición no ha sido juzgada hasta hace muy poco. Juzgar con los criterios de ahora, creo que te lleva a equivocaciones, porque se hace abstracción de las circunstancias. En 1978 la situación era muy diferente. Con el miedo al futuro, pero también con la ilusión por el cambio, con la amenaza de ETA y los terrorismos de distinto signo. Lo que hay que tener claro es que todos estos años nos han servido mucho. Durante cuatro décadas hemos organizado la convivencia. Me gusta mucho recordar una frase del editor Miguel Aguilar que señala que nos enorgullecemos de nuestros abuelos, que intentaron solventar las diferencias a tiros, y, en cambio, criticamos a nuestros padres que trataron de solventar las diferencias hablando. Algunas cuestiones se aceptaron, desde la izquierda, como la bandera y la monarquía, pero en poco tiempo tuvimos una democracia perfectamente homologable al resto de países europeos. Y siguiendo el razonamiento de Aguilar, la responsabilidad no es de los padres, si hubo deficiencias, sino de los sucesores, para ir adaptándose a las nuevas circunstancias.

--¿Se sabía lo que se quería hacer, en contraste con lo que ocurre ahora?

--Sí, antes sabíamos lo que queríamos hacer, aunque había otros modelos, como los llamados países no alineados, una referencia que ya no recordamos, como, en aquel momento, Brasil o India. Teníamos claro que el proyecto, en cambio, era el acercamiento a Europa, el de las democracias parlamentarias europeas. Ahora, no veo otros modelos posibles. Por eso cuando veo que el independentismo dice que quiere una democracia en Europa, no lo acabo de entender, porque ya somos una democracia en Europa. Para ese viaje no se necesitaban alforjas.

La transición nos ha servido de mucho, con cuatro décadas de convivencia y mejoras

--¿Existe un cansancio sobre la democracia en España, como puede ocurrir también en el conjunto de Europa?

--Creo que hemos olvidado muy pronto nuestra integración europea. La Unión Europea tiene defectos, claro, y se critica mucho cuando se habla de los refugiados sirios, por ejemplo. Pero lo que ocurre es que quieren llegar a Europa, es decir, nos ha tocado vivir en el rincón más privilegiado del mundo. Con un modelo firme durante décadas, con una democracia con la mayor calidad del mundo. El problema me parece es discutir el sueño europeo, cuando es la única utopía que se ha llevado a efecto. No se habla de los países que se encuentran en la periferia, como Ucrania, con una guerra soterrada desde hace años, o los estados postsoviéticos. Podríamos estar en una situación parecida si no hubiéramos entrado en la UE. Nuestros hijos creen que es lo normal, los que venimos de una España franquista --yo nací en 1960-- lo valoramos más.

--¿Vivió una situación más fácil que la que tendrán sus hijos y las próximas generaciones, usted que explica que pudo publicar con cierta facilidad porque había demanda de escritores que explicaran todos aquellos tiempos?

--Las nuevas generaciones están insatisfechas con las imperfecciones del modelo social, pero éste nadie lo discute. Lo que se pone en cuestión es esas imperfecciones, los resquicios por los que se cuela la desigualdad y la injusticia. Lo que sabíamos entonces es que teníamos derecho a una pensión, si se trabajaba duro. Ahora el trabajo está peor retribuido, y el horizonte es menos claro, no sólo afecta al presente sino al futuro. Y sí, es cierto que a los jóvenes de ahora les cuesta más abrirse al mercado laboral. Los cincuentones fuimos más privilegiados.

--¿Cómo entiende un escritor que explica historias familiares con la transición de fondo lo que ocurre en los países del este, como Polonia o Hungría, con poco apego por la Unión Europea, cuando ya llevan unos años integrados?

--Son países con una cultura social bastante reticente a la democracia real. Pero hay que tener algunas cosas en cuenta. Cuando Rodríguez Zapatero aprobó el matrimonio homosexual, uno de los primeros gobiernos en hacerlo, para mí fue sorprendente. Y es que el cambio era grande, de una sociedad muy homófoba, algo que afectaba a la izquierda y la derecha, se ha pasado a una generación gay friendly. Si ves cómo se percibe el matrimonio homosexual en esos países, los porcentajes de apoyo siempre están por debajo del 50%. Lo que para nosotros parece normal, para ellos son osadías de una sociedad degenerada. Y tal vez lo que ocurra es que les falta más tiempo, porque son países con poca experiencia democrática, no han tenido apenas una experiencia de democracia. El autoritarismo siempre ha estado presente. Les falta tiempo, pero que se den prisa, porque son un lastre para la democracia europea.

Vivimos en el rincón más privilegiado del mundo, y a veces nos olvidamos de ello

--¿Tenía razón el escritor Günter Grass cuando advertía sobre la precipitación de la unificación alemana y del acercamiento al este?

--Nos parecía bien a todos, porque se trataba de arrancar de un mercado ajeno nuevos clientes, como deseaba Alemania. España no tuvo mucho que decir, pero la expansión de la democracia siempre hay que aplaudirla. Lo que ha ocurrido, en todo caso, es la creación de dos bloques, porque estamos en una guerra fría de baja intensidad.

--Usted incide en las historias de familias, en El día de mañana, El tiempo de las mujeres, La buena reputación o Derecho natural. Pero siempre con experiencias vitales. ¿Debe ser ese el papel de un escritor, el de sentirse involucrado con la época que desea narrar?

--Hay muchos tipos de escritores, capaces de crear mundos con los que no tienen vinculación biográfica, pero hay otros como yo, que hemos vivido esas épocas. La transición y los ochenta los narro porque me afectaron vitalmente. Del mismo modo que lo harán los que hayan vivido la reciente crisis económica, algunos estamos narrando aquellos años, como Aramburu, con el País Vasco; Almudena Grandes o Javier Cercas.

--¿Podría novelar lo que ha ocurrido en Cataluña en el último lustro?

--No, porque no he sido la persona que más ha vivido ese momento. Lo podría hacer, pero como tantos otros escritores, como un canario, porque se ha vivido una convulsión política en el conjunto de España, pero no de una forma específica.

--Eso le lleva, por tanto, a mantenerse en su zona creativa

--Sí, he acotado mi territorio, cada escritor decide si quiere hacer esa apuesta, cuál es el mundo que has querido contar. Yo lo hago entre la Guerra Civil y finales de los ochenta, porque cualquier cosa sobre la transición debe partir de aquel momento, con la II República, con errores que luego se consiguieron resolver.

--¿Qué papel tiene Barcelona en su obra?

--Barcelona es mi ciudad a todos los efectos, pese a ser de Zaragoza, donde viví entre los 9 y los 21. Me gusta escribir sobre Barcelona, donde tengo a mis mejores amigos. Pero no suelen aparecer los elementos más estereotipados de la ciudad, porque me gustan los rincones vividos.

--¿Añorar una determinada ciudad, algo que solemos hacer todos?

--A partir de cierta edad tienes la sensación de que la ciudad mira a otros más jóvenes, y puedes caer en la tentación de querer recuperar una ciudad del pasado, porque era perfecta, y no es verdad. Las ciudades son organismos vivos y uno debe adaptarse. Pero también les pasa a los jóvenes, cuando cambian de barrio y los añoran. Es un fenómeno que pasa en todas las ciudades. La Barceloneta, por ejemplo, era un barrio popular, muy barato, donde podías alquilar por poco dinero. Pasó a ser un barrio interesante con los Juegos Olímpicos, en 1992, pero lo que se añora ahora es el barrio de hace 15 años, cuando no había tantos turistas. Y en realidad, hay que recordar que nadie quería vivir allí. Uno debe asumir que no puedes vivir en el mismo barrio que tu padre o tu abuelo, porque las cosas van cambiando.

Hemos borrado de nuestra historia experiencias como la del Protectarado en Marruecos, con situaciones como la de Ifni, que llegó a tener categoría de provincia

--Con La buena reputación, recupera una historia que se olvida, las familias españolas de ciudades como Melilla o Tánger. ¿Se ha borrado de la memoria esa parte de la historia de España?

--Lo hemos borrado, porque España vive a principios del siglo XX una historia peculiar, con el Protectorado. Le toca un pequeño trozo en África, que se vende con una gran propaganda civilizatoria, una colonia que era, en realidad, bastante incómoda, con pérdida de dinero para la administración y muertes. Después de la Guerra Civil, se quedó parado en el tiempo. Y todo se mueve con la descolonización. Incluso a Franco, en cuanto Francia decidió abandonar su zona de influencia, le entraron las prisas. Pero se produjeron realidades contradictorias, con situaciones como la de Ifni, que se elevó a la categoría de provincia, algo propio de un régimen que vivía fuera del mundo y de su época.

--¿Considera que en Cataluña ha habido un alejamiento de España, que cuenta con esas historias de un pasado no tan lejano?

--Veo un alejamiento, sí. Una de las primeras víctimas de la crisis económica fue la supresión del Programa Séneca, por el que los estudiantes se intercambiaban en diferentes universidades. Eso ya pasaba, pero se paró cuando las diferentes comunidades construyeron sus propias universidades. Pero con el Séneca se recuperó, y se ha eliminado. Y lo que ha ocurrido es que hay generaciones de jóvenes en Cataluña que no ven Salamanca como algo más cercano que Burdeos, por ejemplo. Y eso crea que se relativicen cosas como que tal vez tus abuelos sean de Salamanca, o que hables la misma lengua, con el intercambio de afectos y de intereses que eso implica. Por mucho que quieras que todas las ciudades europeas sean tuyas, tienes más cerca Salamanca que Estocolmo.  

--¿Qué responsabilidad en eso han tenido los medios?

--Lo que pasa es que ha habido una especie de tormenta perfecta, porque las dificultades económicas de los medios les han llevado a acierto apego al poder, con una relación perversa. Se ha tratado, en cierta medida, de domesticar a los medios. En Madrid, los medios han sido y son más duros en relación a la política española, y más independientes con el poder, aunque también reciban ayudas públicas. Lo que creo que hay que recordar es aquel editorial conjunto, de los periódicos catalanes, para defender el Estatut y la personalidad política catalana. Fue una perversión periodística, un "prietas las filas", un "a mí la legión". Creo que compartir con la competencia algo en lo que debes, precisamente, diferenciarte, anula el margen de discrepancia, es una renuncia a la independencia de criterio.

El editorial conjunto de los diarios catalanes con el Estatut fue una perversión periodística

--¿Ha habido diferencias entre escritores en Cataluña a partir del proceso soberanista?

--No se ha producido una diferencia en función de la lengua que se utiliza, porque ha hay escritores en catalán que no apoyan el proceso soberanista, y también autores en castellano que sí lo hacen. Pero sí ha habido significaciones. Se sabe de qué pie cojea cada uno. Yo lo hice cuando vi hacia donde caminaba el proceso, cuando Artur Mas se reunió con Mariano Rajoy en la Moncloa, mientras sus consejeros aúlicos ya estaban en la plaza Sant Jaume esperándole. Rajoy tampoco tuvo la flexibilidad suficiente, pero Mas lo tenía todo planeado para su conversión a la independencia. Vi que ponía en peligro la convivencia, con una deriva peligrosa. Para mí hay un bien superior que se debe proteger, que es la convivencia. Y a partir de ese momento lo que se demostró es que a los políticos catalanes les importa muy poco la convivencia. Jordi Pujol, por lo menos, sabía que no podía tensar la sociedad, que no la podía dividir en dos. Pero Artur Mas, y, por supuesto, Carles Puigdemont, lo único que han buscado es dividir la sociedad porque esa era su arma, gobernar con una mitad en contra de la otra mitad, y eso es una aberración desde el punto de vista democrático.

--¿En el resto de España se ha producido una animadversión hacia lo catalán tras esta experiencia?

--Una catalanofobia no ha existido. Se ha sentido siempre una admiración hacia Cataluña, y lo que ha pasado todavía no es tan fuerte para borrar eso. Pero sí se ha abierto una herida. Se trata de una ofensa, una pregunta que indica una perplejidad, un por qué te quieres separar. Aunque no se puede establecer el símil de un matrimonio, como se hizo en esa película absurda titulada L’endemà,  sí se ha planteado esa cuestión, de por qué te quieres separar si yo te sigo queriendo. Creo que los fenómenos no son duraderos y que si se deja de insuflar aire a la hoguera, el fuego tienen a apagarse. El problema es que no veo que alguien quiera hacer eso. En cuanto se intente, la sociedad responderá rápido, porque lo que se quiere es bajar la tensión, evitar una politización constante.

--¿Habrá una novela sobre cómo la sociedad catalana, o una parte importante de ella, vivirá los próximos años con dirigentes posiblemente en la cárcel?

--No lo sé. Con Otegi, con tiempo en la cárcel, no ha habido novelas. Ahora bien, no entiendo muy bien por qué unos están en la cárcel y otros no. Lo que sí sé es que los que tomaron esa decisión sabían que cometían delitos, y eso se comprueba con los que dimitieron antes, y otros, que decidieron irse al extranjero. Sabían que se saltaban la ley. Por eso, no entiendo que se sorprendan de esa situación. Dicho esto, digo también que me gustaría que estuvieran fuera lo antes posible, que se cierren las heridas, que haya ya un Gobierno, y se camine por una senda de normalización.

--¿Ve vigor narrativo en Cataluña?

--Lo hay, con escritores y escritoras jóvenes, de treinta años. Es un fenómeno interesante, en catalán y en castellano. También hay un excelente panorama en el cine catalán, con películas que se han premiado, como Pa Negre, o Estiu 1993. Y también se debe decir que la literatura no se ha impregnado de ese clima. Ignacio Vidal-Folch o Jordi Puntí tienen claras posiciones sobre el proceso soberanista, pero ninguno de los dos se pone al servicio de la causa para su literatura. Y eso está bien porque, tras el proceso, quedará la literatura, con buena salud. Otra cosa han sido los ensayos y los trabajos sobre economía u otras disciplinas. Pero la literatura se ha salvado. Veremos qué creación se desarrolla en los próximos diez o quince años.