La detención del expresident Puigdemont en Alemania y su encarcelamiento provisional en la prisión de Neumünster hasta que se tramite su devolución a España por el mecanismo de la euroorden, supone un hecho de primera magnitud. Haberse dejado pillar fuera de Bélgica es un error incomprensible por su parte cuando el reloj marcaba ya zona de peligro. Solo se explica por ese engreimiento tan típico del supremacismo nacionalista que desprecia constantemente al Estado español. Seguramente, el expresident interpretó mal la retirada de la primera euroorden que hizo, en diciembre pasado, el juez Pablo Llarena a fin de argumentar mejor los delitos cometidos por los políticos huidos. El magistrado del Supremo actuó con prudencia, pese a recibir aceradas críticas, con el objetivo de dar más solidez a una euroorden por rebelión sin precedentes. Ha sabido esperar sin caer en las provocaciones de los reiterados viajes por Europa de Puigdemont. Este, en cambio, creyó que podría chulear a la justicia española y que alcanzaría a tiempo Bruselas jugando a ser Correcaminos contra Coyote desde Finlandia. Ha demostrado desconocer cómo funciona el mundo de los servicios secretos y las estrechas colaboraciones entre policías amigas para capturar a los prófugos.

La aventura europea del expresident se acabó, ahora su destino es Estremera

Su caída lo cambia todo. En una partida de ajedrez, Puigdemont sería la dama. No deberíamos amortizar este notición tan rápidamente. Disfrutémoslo un poquito. Es un giro argumental de 180 grados. Supone un brusco punto y final a las fantasías republicanas en Bruselas desde donde se alimentaba el legitimismo y la internacionalización de la causa separatista. Por eso la reacción en Cataluña de sus huestes ha sido explosiva, encabritada, tan dura y con tanta rabia. Nada que ver con lo ocurrido el viernes pasado cuando entraron en prisión los exconsellers Jordi Turull, Josep Rull, Raül Romeva y Dolors Bassa y la expresidenta del ParlamemtCarme Forcadell. Pese a quedarse sin candidato para la segunda vuelta de la investidura, Roger Torrent quiso que la cámara catalana se reuniera igualmente el sábado para acabar propinándonos tediosos mítines. Pero en la calle no pasó nada, ni tan siquiera una triste cacerolada.

Con la caída de Puigdemont, en cambio, se han encendido el ambiente con la actuación de los chavistas CDR porque el expresident encarnaba el separatismo hardcore. Su cuartel político en Waterloo era sin duda una molesta piedra en el zapato para el Gobierno y la diplomacia española. Pese a lo grotesco de su actuación, su figura tenía una cierta proyección internacional. Ahora bien, el juez alemán que examine la euroorden no hará un juicio paralelo sobre los delitos de los que se acusa a Puigdemont en España ni se preguntará si hubo violencia o no en el golpe separatista. Sencillamente, comparará los códigos penales de ambos países y verá si existe la doble incriminación en base al escrito de acusación de la justicia española. Es prácticamente imposible que no lo extradite. La aventura europea del expresident se acabó, ahora su destino es Estremera.