El abogado Jordi Pina, defensor de Jordi Sànchez, Jordi Turull y Josep Rull, quiere que Carles Puigdemont testifique en el juicio que se sigue en el Tribunal Supremo contra el procés. Al fiscal, Javier Zaragoza, esta hipótesis le incomoda, no tanto porque no haya precedentes de que un futuro investigado sea llamado como testigo en un causa prácticamente idéntica (la hay, véase el caso de Francesc Homs y Artur Mas por el 9-N) sino por el qué dirán. Por prurito profesional y tal vez por solidaridad con el juez Llarena. Hasta aquí podríamos llegar, un fugado de la justicia (que ésta dejó de buscar porque un tribunal alemán de un Estado de nombre impronunciable se cruzó en el camino del instructor) compareciendo desde la distancia en una vista oral del Supremo. Pina ha insistido y los más probable es que el tribunal se lo vuelva a denegar.

Es una lástima que Puigdemont no tenga ningún papel en este juicio, mejor dicho, casi es incomprensible que el expresidente de la Generalitat, instalado en Bruselas y dispuesto a testificar, según parece, no vaya a ser llamado. Lo sorprendente es que sea una defensa quien lo proponga y no la propia fiscalía. Quién mejor que Puigdemont para arrojar luz sobre las tinieblas de lo sucedido desde setiembre a finales de octubre de 2017 en el Palau de la Generalitat, en el Parlament y quién sabe en qué recóndita masía del Empordà, camino de Francia.

De tener el tribunal el más mínimo sentido de la política o la más mínima curiosidad por saber lo sucedido realmente entre los acusados sentados en su banquillo y el gran ausente, si tan solo tuviera una pizca de sensibilidad por el espectáculo televisivo, de tener nada de eso, propiciaría un careo vía satélite entre Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, en catalán, para no perderse la viveza del diálogo entre ambos, y con traducción simultánea, naturalmente. El presidente del tribunal, Manuel Marchena, podría moderar personalmente la controversia de opiniones. Estando Puigdemont en un juzgado de Bruselas, sería muy sencillo de administrar; gracias a los segundos de retardo en el audio, tan molestos en las conexiones televisivas, evitar que se interrumpieran sería fácil.

Las aportaciones de este careo a la verdad podrían ser muy relevantes, además sería impagable para entender lo que ocurre actualmente entre JxCat y ERC. Porque algo ocurre entre ellos, solo hay que contemplar la magnífica foto de EFE obtenida en la sala unos minutos antes de comenzar la vista. Torra, en su papel de compungido presidente provisional expresando su solidaridad con los acusados y tres de ellos (dos de ERC y uno de nadie) como si nada, con Junqueras en primer plano, ostentosamente distante.

Imagino que el tribunal no tiene ningún interés en iluminar las contradicciones políticas del independentismo, porque lo suyo es dilucidar sobre presuntos hechos delictivos. De todas maneras, visto el tono inequívocamente político utilizado en los preliminares por algunos abogados defensores e incluso en algunos pasajes por el ministerio fiscal, podrían aprovechar la tendencia y organizar un cara a cara de alto voltaje procesal y político. Ninguno de los dos ayudaría a los magistrados en discernir sobre la violencia necesaria para sentenciar rebelión (probar este extremo le será muy difícil a las acusaciones), pero los periodistas y las televisiones les estarían eternamente agradecidos.