El sumario que protagoniza el comisario José Manuel Villarejo, tiene con el alma en vilo a lo más granado del Ibex 35. Numerosas compañías punteras se ven afectadas, directa o indirectamente, por los actos de espionaje y otros trabajos sucios de dicho personaje, conocido como el virrey de las alcantarillas policíacas.
El juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón ya ha desgajado la tramitación en 25 piezas distintas. No se descarta que abra otras más, dada la montaña de documentos y audios incautados a tal sujeto.
Los dos capitostes más tocados por el magno escándalo son Francisco González, ex factótum de BBVA, e Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola.
Este último no está imputado todavía, pero los nubarrones que se ciernen sobre su testa amenazan tormenta. Por ahora, quien acapara las perspectivas más sombrías es González, caudillo supremo de BBVA desde 2001 hasta diciembre de 2018.
En ese largo periodo, FG ejerció poderes omnímodos. No sólo hizo y deshizo a su antojo. De pasada, amasó una fortuna personal astronómica entre sueldos, gabelas y fondo de pensiones. En conjunto, se llevó a la faltriquera más de 165 millones de euros contantes y sonantes.
El pasado noviembre compareció ante el magistrado García-Castellón, en calidad de investigado. Adujo, sin pestañear, que no tenía la menor idea de que su banco hubiera contratado a Villarejo. “Si alguien lo hizo, debió ser un empleado que obró por su cuenta y se extramilitó en sus atribuciones”, vino a decir.
González se autocalificó de poco menos que una especie de santo varón, íntegro y ejemplar. Aseguró enfáticamente haberse guiado siempre por los principios éticos más acrisolados y por estrictos estándares de conducta.
Sin embargo, en su contra se acumula un alud de indicios delictivos sobre la comisión de abusos depredadores. Los botones de muestra son tan contundentes, que a estas alturas de la película hay una cosa clara. Y es que FG, en sus intentos de salvar el pescuezo, miente como un bellaco cuando se hace el sueco.
BBVA tuvo a sus órdenes a Villarejo durante trece años. En ese periodo, llegó a pagarle como mínimo la fruslería de 10,2 millones.
La fiscalía sostiene con firmeza que se captó al ex policía venal por indicación del supremo mandamás de la casa, o sea, del escurridizo FG.
Así lo corroboran también varios altos directivos del banco, en particular su ex director de riesgos Antonio Béjar, luego primer ejecutivo de Distrito Castellana Norte, el fastuoso proyecto de la Operación Chamartín.
Además, Villarejo elaboró informes sobre diversas fincas y propiedades cuya compra planeaba FG a título particular, ansioso por realizar fuertes inversiones en el sector inmobiliario. Como ha quedado acreditado, los gastos correspondientes se sufragaron hasta el último céntimo con fondos del banco.
Aparte de FG, se ha imputado a una decena de exresponsables de BBVA, entre ellos el ex consejero delegado Ángel Cano. Sobre la propia entidad como persona jurídica pesan acusaciones por cohecho, descubrimiento y revelación de secretos, amén de corrupción en los negocios.
La operación más descollante en la que se involucró el ex comisario es el asalto urdido por la constructora Sacyr para arrebatar a González el control del BBVA. El banco recabó entonces la ayuda de aquel indeseable para frenar el acoso a toda costa.
El individuo, estrechamente vinculado a las cloacas estatales, no se paró en barras. Perpetró un sinfín de ilegalidades, desde seguimientos a personas hasta rastreo de información tributaria confidencial, pasando por pinchazos en masa de los teléfonos de gobernantes, políticos, banqueros, empresarios y periodistas.
Esos trajines de corte mafioso contribuyeron a que fracasara la ofensiva del gigante del ladrillo. Y beneficiaron de forma directa a González, pues pudo seguir empuñando tan campante la batuta de mando de la segunda institución crediticia nacional.
A medida que avanzan las pesquisas, más inmundicia sale a la luz. Como reza el dicho, a cada colada, más puerco. Las declaraciones de los gerifaltes de BBVA ante la Audiencia han puesto a FG a los pies de los caballos. Se complica por momentos el futuro procesal del antaño opulento e intocable señor del dinero.