Recientemente se ha dictado una muy necesaria sentencia, la nº 137/2020 del Juzgado de lo Contencioso Administrativo nº 3 de Barcelona, que condena a la Universidad de Barcelona (UB) por vulneración de los derechos fundamentales a la educación, la libertad ideológica y la libertad de expresión, por haber aprobado su Claustro un manifiesto aberrante en apoyo a los presos del procés, a raíz de la sentencia del Tribunal Supremo de octubre de 2019.

Se trata de un evidente éxito del colectivo Universitaris per la Convivència, que agrupa a profesores que defendemos la neutralidad política de las universidades, en el sentido de que estas no pueden proyectar una ideología oficial que silencie la diversidad ideológica existente en su seno.

Nada más conocerse la sentencia muchos voceros nacionalistas y afines, como el propio Ministro de Universidades, han comenzado a replicarla, señalando que los manifiestos políticos de los órganos de gobierno de las universidades quedan amparados por los derechos a la libertad de expresión y a la autonomía universitaria.

De poco sirve que se apunten referencias legales y jurisprudenciales que dejan claro, por un lado, que la libertad de expresión es un derecho de las personas --no de las instituciones--; y por otro, que la autonomía de las universidades se circunscribe, lógicamente, a sus funciones, entre las que no se encuentra la de representación política. Todo esto ha sido expuesto con brillantez por los profesores que demandaron a la UB en una detallada carta abierta a Castells que no ha sido contestada ni siquiera por su destinatario. Ya sabemos que los propagandistas rehúyen el pensamiento complejo.

En todo caso, resulta inaudito que esgriman el argumento de la autonomía universitaria quienes tanto empeño ponen --con programas caóticos como el Serra Hunter-- en desarticular el cuerpo del profesorado funcionario que precisamente goza de un especial blindaje que le permite resistirse a presiones externas.

Resulta inaudito que esgriman el argumento de la autonomía universitaria quienes permiten cuando no fomentan pintadas sectarias, esteladas, lazos amarillos --tantas veces en la solapa de los profesores-- y hasta alguna plaza del 1 de octubre en nuestros campus. Por supuesto, ni un solo símbolo que refleje otras sensibilidades.

Resulta inaudito que esgriman el argumento de la autonomía universitaria quienes secundan huelgas políticas, llegando incluso a impedirnos realizar nuestro trabajo --como el 3 de octubre de 2017-- u obligándonos a modificar los sagrados compromisos de evaluación ante las presiones de estudiantes independentistas, como sucedió el otoño pasado.

Resulta inaudito que esgriman el argumento de la autonomía universitaria quienes callan cuando en los campus se agrede a estudiantes constitucionalistas o cuando se revientan actos cuyos enfoques y/o participantes son críticos con el nacionalismo.

Resulta inaudito que esgriman el argumento de la autonomía universitaria quienes encuentran razonable que exista una Universitat Catalana d’Estiu que tiene entre sus patronos a la presidenta de la ANC, quien, además, utiliza ese foro para acusar de unionistas a los rectores de la UB y de la UAB.

Resulta inaudito, en definitiva, que se esgrima el argumento de la autonomía universitaria para defender la aprobación de un “manifiesto único”, objeto de sentencia en la UB pero introducido por grupos de claustrales independentistas de forma casi simultánea en todas las universidades públicas catalanas. Un manifiesto que, para colmo, fue entregado, a modo de trofeo, y mediando convocatoria de prensa, al Presidente de la Generalitat y al Presidente del Parlament, ¡en plena campaña electoral!, y sin mediar ninguna delegación expresa de los claustros.

Resulta inaudito, realmente triste, que los impulsores del infame Programa 2000, que hablaba literalmente de potenciar “a personalidades de ideología nacionalista en los órganos rectores de las [entonces] tres universidades catalanas”, hayan logrado maniatar de esta forma a nuestras universidades, hasta el punto de que no pocos de sus profesores tengan la osadía de defender una idea de autonomía universitaria que parece no tener límites.

A los que no hemos sido capturados por tanto despropósito nos toca dar la batalla por la verdadera autonomía de nuestras universidades, imprescindible para que podamos desarrollar nuestro trabajo con rigor y en libertad. En ello estamos y por eso es muy importante que circule nuestro mensaje.