Cataluña está experimentando una dramática pérdida de poderío económico. Esta semana se han verificado dos acontecimientos que corroboran ese lamentable declive.
Uno es la junta general del gigante Gas Natural Fenosa. Otro, la venta de Codorníu a un fondo de inversiones de cuño anglosajón.
La empresa gasista, rebautizada con el nombre de Naturgy, celebró el miércoles su asamblea anual de accionistas. Por vez primera en 175 años, el cónclave no se reunió en Barcelona, sino en Madrid.
El cambio se debe que a la sede social se trasladó el pasado mes de octubre, de prisa y corriendo, a la capital de la nación. ¿Motivo de la fuga? La inseguridad jurídica generada tras el fraudulento referéndum separatista.
El estreno de la junta en la Villa y Corte corrió paralelo con el debut ante los socios del flamante presidente Francisco Reynés. Este ejecutivo, de la máxima confianza de Isidro Fainé, dio a conocer la nueva denominación adoptada por la sociedad, así como el plan estratégico que acaba de pergeñar con su estado mayor.
Los principales propietarios de Naturgy son dos consorcios inversores de Estados Unidos y Reino Unido, más Grupo La Caixa y la familia March. El resto del cuerpo accionarial se compone de millares de fondos de variados tamaños, en su mayoría extranjeros, así como una miríada de pequeños ahorradores.
Es obvio que ninguno de ellos ha aterrizado en Naturgy para arruinarse, sino todo lo contrario. Por tanto, al día de hoy es impensable que la compañía retorne a Barcelona, dadas las vicisitudes políticas imperantes.
El Govern del racista Quim Torra sigue erre que erre. En lugar de serenarse, amenaza un día sí y otro también con más procés y más referendos. Así no conseguirá el regreso de las compañías fugitivas. Lo único que puede ocurrir es que las que permanecen ancladas por nuestras latitudes piensen también en hacer las maletas.
Ningún gestor juicioso somete su corporación al albur de unos políticos carentes del más elemental sentido de la responsabilidad. Quienes albergan la esperanza de que Gas Natural o las otras grandes compañías cotizadas vuelvan algún día a nuestros lares, que la vayan abandonado. Ni en el corto ni el medio plazo es factible semejante viraje.
Cataluña habría de atravesar una larga fase de estabilidad y sosiego para que las aguas del quehacer económico volvieran a su cauce. Pero eso es una entelequia mientras la batuta siga en manos de la tropa de insensatos e inexpertos que pueblan la Generalitat.
En cuanto a la enajenación de Codorniu, el fondo estadounidense Carlyle se ha hecho con el 55% por 300 millones. La noticia es muy positiva para los poseedores de acciones. En su mayoría suspiran por desprenderse de ellas, pues llevan doce años sin percibir dividendo. Pero el trasiego es pésimo para el país, porque se pierde el control de una compañía señera de estas tierras, que, además, figura entre las más antiguas de España y el resto de Europa.
En marzo, el número uno del sector, Freixenet, cayó en la órbita de intereses germanos. Ahora le ha llegado el turno al número dos, Codorniu.
En tres meses, nuestra comunidad ha perdido los dos principales elaboradores de un producto tan genuino por nuestros andurriales como el cava. Ambos tienen rango de multinacionales. Sus tentáculos se extienden por el vasto planeta. Y han paseado el pabellón vernáculo por medio mundo. El traspaso a capitales foráneos impacta de lleno sobre los millares de viticultores de la zona del Penedès que suministran la uva a los dos titanes del cava.
Entre unos políticos nefastos y unos empresarios abdicativos, el Principado está cada día un poco peor que ayer, pero –por todas las trazas– mejor que mañana.