El 21 de diciembre cae este año en viernes. La vigilia del sorteo de Navidad es un día como otro para proclamar la república catalana, pero es todo un detalle que los redactores del ultimátum de la Assemblea Nacional Catalana al Gobierno Torra para que cumpla con el mandato del 1-O o convoque elecciones le concedan al Gobierno de Cataluña la posibilidad de agotar una última semana completa como institución autonómica, la última antes de vacaciones navideñas, la de la paga doble. Este sábado los dirigentes de la ANC van a discutir si emiten su invitación a los integrantes del Consell Executiu para que se despeñen por el camino de la desobediencia final, recorriendo el tramo que Puigdemont y sus consejeros prefirieron no recorrer.

De aprobarse el documento en período de reflexión, la ANC habrá tardado diez días en materializar la regañina pública de su presidenta a los políticos del procés por su descarada tendencia a engañar a las bases con dulces palabras sin hechos. Se lo dijo al finalizar la manifestación independentista de la Diada y se lo debió decir porque la idea del ultimátum ya debía estar madurando en los despachos de la entidad. Señor presidente, proclame de una vez por todas la república o admita que no hay nada y vayamos a elecciones autonómicas, pero aténgase a las consecuencias. Más o menos, esta es la idea.

Tampoco es nada nuevo, hay una incoherencia manifiesta entre lo que se proclama y lo que se materializa. Lo significativo es que lo señale la ANC y que vuelva a caer en el error de las fechas límite: la fijación de un calendario imperativo es uno de los pocos detalles en el que parece haber acuerdo general para explicar la gran decepción. Errores al margen, tiene su lógica que sea la Assemblea la que abogue por mantener la tensión institucional y por lo tanto social frente a quienes preferirían destensar la cuerda durante una buena temporada.

La ANC es una maquinaria afinada de movilización popular que justifica su existencia en la propia movilización. Una convocatoria al año, la del 11 de septiembre, ya les debe parecer poco para tanto aparato logístico, tanto profesional y tanto voluntario apasionado. Hay mucho responsable de carteles, de autocares, de camisetas, gorras, pegatinas y lazos amarillos, muchos delegados territoriales de comarca y otros tantos encargados de marketing, relaciones institucionales o captadores de financiación de la sede central que se levantan cada día orgullosos de su cometido patriótico. El fuego no puede apagarse.

Este potente aparato no puede permanecer inactivo así como así. La organización nació con el propósito de disolverse en cuanto se proclamara la independencia, por eso el mandato de sus dirigentes es corto, porque en su momento se creyó que el Estado propio sería realidad en un santiamén. El plazo se ha superado, pero el disgusto por el cálculo fallido se ha compensado con su consolidación como actor civil y político; se han convertido en los especialistas más reconocidos internacionalmente en la celebración de acontecimientos populares masivos, el prestigio social de sus dirigentes entre el soberanismo de calle les llena de orgullo, su crítica permanente a los partidos políticos obtiene el aplauso de cientos de miles de seguidores, están en la cresta de la ola.

La ANC se ha convertido en aparato y conciencia de la reivindicación. De la reivindicación y de la tensión que exige la correspondiente movilización para la que ellos han nacido y que les permite vivir la emoción del día a día; en ningún caso son partidarios del diálogo con el Gobierno central que forzosamente será largo y penoso si se pretende efectivo. Su escenario no es el de las mesas de negociación por eso le reclaman al presidente Torra una proclamación republicana inminente.

No porque vaya a crearse para Navidad la República catalana, que eso ya saben que no, si no porque una salida de tono unilateral del Gobierno de la Generalitat torpedearía el modesto diálogo inaugurado. Y eso les parece más interesante para su propio papel en el conflicto político. La ANC no parece estar de acuerdo ni con aquellos independentistas que calculan que el nuevo plan debe conjugar el diálogo en primer plano y el desgaste del Estado, en segundo plano. Un juego lento para el que no es necesario que nadie más pueda ser encarcelado.