Torre del Veguer
La viña de los Ferrer-Vidal y los Gay de Montellpa, memoria inerme de la Fábrica del Mar
23 septiembre, 2018 00:00En las antiguas oficinas centrales de La Caixa, en la Via Laietana de Barcelona, se instaló, en 1950, un busto de Franco, flanqueado por los dos fundadores de la entidad, el doctor Moragas i Barret y el primer presidente de la entidad, Luis Ferrer-Vidal, abogado, heredero de un emporio industrial algodonero y miembro destacado de la Lliga Regionalista, fallecido en 1936. El busto del general, emblema de la historia que escriben los vencedores, no amortizó jamás el espíritu fundacional de la caja de ahorros --hoy convertida en Caixabank-- bajo el aliento de los emprendedores. Ferrer-Vidal presidió Fomento del Trabajo (entre 1901 y 1905) y heredó de sus antepasados la Fábrica del Mar (en Vilanova i la Geltrú), mascarón de proa de un pasado textil inabastable, que fue menguando, como el de los Güell, Muntadas, Torredemer, Serra-Feliu o Sedó, entre otros, con sus colonias arqueológicas desparramadas sobre las cuencas fluviales.
El padre del primer presidente de La Caixa, José Ferrer-Vidal, había liderado mucho antes a la gran patronal (entre 1880 y 1882), como continuador de Juan Güell en los años del arancel. Hoy está considerado por los manuales de historia como un puntal de la revolución industrial en Cataluña. Y precisamente en la figura de José Ferrer-Vidal arranca la historia de la Torre del Veguer, una bodega con viñedos al filo de San Pere de Ribes, volcada sobre el antiguo velódromo de Sitges, el circuito de carreras que consagró la Peña Rhin. En la línea dinástica del gran empresario se cruza Agustín Ferrer-Vidal y Goytisolo; su hija, Elena Ferrer-Vidal Llorens; y finalmente, el hijo de ésta, Joaquim Gay de Montellà Ferrer-Vidal, propietario en la actualidad de las bodegas. Su marca pugna en los mercados como uno de los emblemas de los vinos blancos jóvenes y tintos perfumados de buen origen varietal. La empresa apoya su creciente cuota de mercado en las economía de escala y sinergias de la denominación Penedès-Garraf, una secuencia de cosechas con un origen remoto en las playas de Sitges, donde los vendimiadores del pasado cargaban las sentinas de los vapores camino de ultramar.
La Torre del Veguer, propiedad sucesiva de Gaspar y Federich de Avignon, vinculada después a los Desmaissieres y Fernández de Santillana, fue adquirida por la saga actual en 1883. Así, su primer vendimiador fue un industrial sin conexiones con la viña. El pionero de los Ferrer-Vidal ocupó el cráter de una dinastía empresarial con dos siglos de historia; participó en la fundación de grandes compañías, como Tabacos de Filipinas, Ferrocarriles del Noreste, Trasmediterránea o Banco Mercantil. Pero parte de su legado fue desarticulado después de la Guerra Civil, cuando la vías férreas del noreste fueron a parar al Instituto Nacional de Industria y sus instalaciones navieras de las atarazanas barcelonesas fueron absorbidas por la Dirección de Industrias Navales del Estado.
Los Ferrer-Vidal pertenecen a una burguesía que, contra las fáciles apariencias, no rindió su catalanismo ante la dictadura. Al contrario, utilizó sus relaciones con el establihsment para defender la cultura y la lengua, tal como escribió el memoralista Maurici Serrahima en su enciclopédica recopilación, titulada Del passat quan era present (La Abadía de Montserrat). Una de las compañías de navegación de los Ferrer-Vidal, Barcelonesa de Navegación, consignataria presidida por Ignacio Villavecchia, tuvo en su consejo de administración a Ferran Fabra i Puig y a Manuel Girona (hijo del banquero). Las caídas de los precios y el proteccionismo aduanero de la autarquía económica desmantelaron los negocios navales entre 1940 y 1960. Después, con el inicio del relanzamiento gracias a la convertibilidad de la divisa y a los primeros planes de estabilización, los viejos consignatarios catalanes que habían liderado el comercio exterior, se habían convertido en funcionarios de aduanas. El entorno económico-político limitó la pujanza de un sector del catalanismo conservador, que con los años recuperó el pulso (Òmnium, Orfeó, Ed. 62, etc.), como cuenta con detalle Esther Tusquets (Habíamos ganado la guerra).
Los Ferrer-Vidal se encuadran en la foto fija de la Barcelona de la restricciones eléctricas, las colas y los palcos del Liceu y del Barça; la ciudad de las diferencias en la que, a pesar de las revisitaciones taimadas del neo-nacionalismo actual, tuvo en los industriales una de las palancas de recuperación. La química y la metalurgia retomaron el empuje con los Rivière y Lacambra; las bebidas y la alimentación cruzaron el impulso de los Daurella con el nacimiento de los Carulla; los enjambres supervivientes del textil revivieron con los Bertrand; lo banqueros reescribieron el descuento a gran escala de la nueva clase media, gracias a los resistentes bancos de familia, como la Marsans o la Jover, y en este dinamismo no faltaron los grandes bancos españoles, representados por sus consejeros regionales, como los Garí, Mata o Cucurella. Los Ferrer-Vidal fueron parte de un mundo casi descompuesto que logró retomar el pulso de su historia. No todo se hundió, ni todo se fue por la puerta falsa del recibidor, como pretenden los caricaturistas de aquellas crónicas de sociedad recogidas por Alberto del Castillo en su libro De la Puerta del Ángel a la Plaza Lesseps, la hagiografía de Miquel Mateu i Pla.