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Sandra Ortega, Sol Daurella, Alberto Palatchi y Amancio Ortega

Sandra Ortega, Sol Daurella, Alberto Palatchi y Amancio Ortega Fotomontaje CG

Pensamiento

Ningún catalán en el Olimpo

"El 'procés' provocó el traslado de más de 5.300 sedes sociales fuera de Cataluña entre 2017 y 2019, y también un desplazamiento del eje de legitimidad empresarial: la burguesía dejó de ser referente y fue vista con desconfianza. Madrid se ha consolidado como capital financiera y corporativa"

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Forbes ha vuelto a publicar la lista de las grandes fortunas españolas. La leemos velozmente cada año, pero conviene detenerse en lo que dice y, sobre todo, en lo que no dice. En el podio, como ya es tradición, se encuentra Amancio Ortega, con 109.900 millones de euros, una cifra que supera el PIB de países como Uruguay o Croacia y que, por sí sola, equivale aproximadamente al 8% del PIB español. Le siguen su hija Sandra Ortega, con 10.000 millones heredados y administrados a través del holding familiar; Rafael del Pino, con 8.000 millones tras la controvertida mudanza de Ferrovial a Países Bajos; y Juan Roig, con 7.900 millones amasados entre los pasillos de Mercadona, empresa que ya controla el 28% del mercado de distribución alimentaria del país. Completan el top 10 nombres como Juan Carlos Escotet (Abanca, 6.200 millones), Hortensia Herrero (Mercadona, 4.400 millones), Tomás Olivo (galerías comerciales, 4.600 millones), María del Pino Calvo-Sotelo (Ferrovial, 4.200 millones), Miguel Fluxà Roselló (Iberostar, 3.300 millones), Florentino Pérez (ACS, 3.100 millones) y Alicia Koplowitz (2.900 millones). Una élite repartida entre Galicia, Madrid, Valencia y Baleares, pero sin rastro catalán. Ni uno solo.

Cataluña vuelve a quedar fuera del top 10 por undécimo año consecutivo. El último catalán que alcanzó esa cima fue Isak Andic, fundador de Mango, que en 2014 alcanzó el quinto puesto con 4.500 millones. Su fallecimiento en diciembre de 2024 ha coincidido con su desaparición de la lista; su fortuna, pendiente de partición entre sus hijos, ya no figura en posiciones destacadas. Es el epitafio simbólico de una época: la del empresario catalán capaz de disputar el liderazgo económico del país.

Sin embargo, Cataluña no es pobre entre los territorios ricos. Cuenta con al menos 28 fortunas individuales entre las 100 mayores del país, o más de 35 si se consideran grupos familiares completos como los Puig, los Rubiralta, los Grífols o los Daurella, con un patrimonio conjunto de 29.723 millones de euros y una media de 1.062 millones por cabeza. Es la segunda comunidad autónoma con más riqueza acumulada, solo por detrás de Madrid, que suma 46.788 millones y concentra casi el 40% de las grandes fortunas. Andalucía, con 18 representantes, y Galicia, con 12, completan el mapa.

La cuestión, por tanto, no es de riqueza, sino de poder. Cataluña tiene ricos, sí, pero ya no tiene magnates con capacidad de influencia estructural. No hay grandes clanes que marquen la agenda del Estado ni figuras empresariales que proyecten poder más allá de la Diagonal.

La primera catalana en la lista es Sol Daurella, en el puesto 12, con 2.900 millones, dos posiciones menos que el año pasado. Le sigue Alberto Palatchi, en el 14, con 2.500 millones, mermado por las dificultades recientes de Pronovias. Más atrás aparecen Manuel Puig, en el 21, con 1.800 millones; Manuel Lao, en el 23, con 1.700 millones procedentes de Cirsa; y José María Serra Farré, en el 25, con 1.600 millones de Catalana Occidente. Después, una larga sucesión de apellidos conocidos: Daurella, Llorens, Tomàs Arrufat, Thyssen-Bornemisza, Rubiralta, Gallardo, Esteve, Grífols, Carulla, Font, Molins o Suqué Mateu. Herederos y administradores de negocios familiares, la mayoría competentes, pero ya no fundadores ni forjadores de imperios.

La burguesía catalana que durante más de un siglo actuó como columna vertebral de la dinámica política está hoy desdibujada, fragmentada o absorbida por dinámicas globales. Cataluña fue durante décadas la fábrica de España, con un tejido industrial que representaba el 35% del PIB estatal en 1975; hoy la industria pesa apenas el 19% del PIB catalán. La desindustrialización, la dependencia de grupos multinacionales y la pérdida de centros de decisión han debilitado la capacidad de construcción de grandes proyectos propios.

A ello se suma el impacto del procés, que provocó el traslado de más de 5.300 sedes sociales fuera de Cataluña entre 2017 y 2019, y también un desplazamiento del eje de legitimidad empresarial: la burguesía dejó de ser referente y fue vista, por unos y por otros, con desconfianza. Madrid, mientras tanto, ha consolidado su papel como capital financiera y corporativa.

Cataluña mantiene universidades competitivas, ecosistemas para emprendedores dinámicos y exportaciones vigorosas, pero carece de liderazgo económico visible. Tiene riqueza, pero ya no influencia. Y sin influencia no hay capacidad de ordenar, decidir o proyectar futuro. Hoy, el Olimpo español de las grandes fortunas está ocupado. Cataluña lo contempla, pero no forma parte de él.