El pacto entre Aena y la Generalitat para ampliar el aeropuerto de El Prat resuelve la gran infraestructura inmovilizada en los años del procés. Barcelona será, ahora sí, un hub internacional entre Oriente y Occidente. Unirá Barcelona y Pekín sobrevolando los túneles de la Ruta de la Seda, entre Asia y Europa.

Mientras tanto, la leyenda negra no para de crecer como nube que anuncia la tormenta, cuando el magistrado del Supremo, Ángel Hurtado, sienta al borde del banquillo al fiscal general, García Ortiz, por un delito de revelación de secretos. La pobreza de argumentos incriminatorios en el procedimiento resulta alarmante.

Si la oposición no puede con el Fauno (Sánchez) --y está claro que no puede-- tendrá que buscar otra vía; alguna idea política verbigracia, además de las togas inmersas en instrucciones eternas.

Mientras la capital de España empuña la crispación, Barcelona atempera el control. Nuevo aeropuerto para la infraestructura aérea más exigida del planeta. Y buen rollo, pocos días después de conceder el Princesa de Asturias al escritor Eduardo Mendoza, y con el pintor Antonio López instalado con su caballete delante del MNAC.

Ha vuelto la ciudad amable; ya no fluyen el odio y la desesperanza, como quieren los turiferarios de Puigdemont. Regresa la mirada implacable y risible, junto al realismo de la trementina y el pincel para transmitir la emoción más seria y compleja de lo vivido. El lienzo de López, a pocos metros del Pabellón Mies van der Rohe --altar del buen gusto en la Expo del 29--, mira de frente a los edificios altos, desgranando una suerte de río urbano. Nace en la montaña Olímpica (Montjuïc) y muere en la montaña Mágica (Tibidabo).

El grito dominical de la oposición en la calle tiene dos versiones: el rigor pompier de Feijóo, cuando predica la centralidad del Antiguo Régimen y la risa floja de su oponente, Ayuso, que solo vale por lo que de ella se descuenta. En medio de ambos se mueve Sánchez; el Fauno conoce el principio de “divide y vencerás”, sabe que cada día tiene su afán y barrunta en silencio una crisis de Gobierno que le permitiría una larga cambiada moviendo fichas y nombres.

Bajo las cuatro columnas de Puig i Cadafalch, reconstruidas en 2010 y recogidas ahora en el cuadro panorámico de Antonio López, resuenan los altavoces de Madrid. Plaza Castilla es una apoteosis de la sinrazón, contra un Gobierno encapsulado en la concha de un caracol de piedra y sal. El griterío ensordecedor no tiene nada que ver con la Gran Vía de López, un artista que amolda la capital de los arquitectos Sabatini, Otamendi, Juan de Villanueva o Cárdenas Pastor, sobre el deseo de que los “otoños te doren la piel” (Joaquín Sabina). Además, el estilo dórico del pintor no encaja con el gesto tercamente rocaille del despacho de la señora sentada en Sol, el trono del edificio de la Real Casa de Correos.

Allí se alimenta la incuria, como pensó Max Estella en su última noche (Luces de Bohemia). Aquí reina al fin la templanza, con las espaldas cubiertas gracias al nuevo aeropuerto, junto al mar. La ampliación de las pistas y terminales de Barcelona llega en el momento clave en el que el corazón geopolítico de Europa se desplaza hacia el Sur.