Ya se sabe que los niños y los borrachos dicen siempre la verdad, y como los ancianos se vuelven prácticamente unos niños, aquí está el nonagenario Jordi Pujol afirmando que Cataluña no va a ser jamás independiente. No está mal tanta sinceridad, aunque no hubiera estado de más ejercerla unos años antes, así tal vez sus herederos políticos nos habrían ahorrado a todo este tiempo de procés. Y también se lo habrían ahorrado a ellos mismos, con toda la cárcel, multas, inhabilitaciones y fugas que han soportado por nada, como ahora reconoce el viejo expresidente.
Lo que ocurre es que hace unos años Pujol todavía no era lo suficientemente viejo para ser un niño sincero. Podría haberse tomado unas copas de anís y ser borracho, aunque fuera solo un ratito, que también sirve para decir la verdad. Seguro que si hace quince años Pujol hubiera acudido a un acto público, beodo perdido, balbuceando que “Gataluññña no sherá chamás iddepeddiette, hips”, el nacionalismo le habría creído a pies juntillas, un hombre en ese estado no miente jamás. Al fin y al cabo, bien que se creyeron lo que les prometieron primero Mas y después Puigdemont, y son menos de fiar que cualquier borracho de taberna.
Aunque tardía, la sinceridad de Pujol es bienvenida. Hace unos años, cosas de no haber alcanzado todavía la senectud, era capaz de sostener sin ruborizarse que los dineros que acumula en Andorra eran una herencia del abuelo. E incluso de defender la honorabilidad de su familia. El Pujol nonagenario, prácticamente un bebé, es incapaz de pronunciar tales embustes, cualquier día nos va a detallar de dónde salió su dinero y va a mandar a todos sus hijos, uno detrás de otro, al carajo. Mientras, se conforma con dejar de vender humo, que no es poco, y emplaza a sus correligionarios tocar con los pies en el suelo en lugar de soñar con independencias que no van a llegar.
Habrá que elegir para los puestos de responsabilidad siempre a políticos ancianos, a ver si así dejan de engañarnos. Seguro que cuando Puigdemont cumpla noventa años y viva todavía en Waterloo gracias a los ilusos que seguirán metiendo sus ahorros en el Consell de la República, reconocerá por fin que nunca quiso una Cataluña independiente, que lo suyo fue una manera como otra cualquiera de ganarse la vida sin trabajar. Igualmente, si Pedro Sánchez hubiera llegado a presidente con los noventaicinco ya cumplidos, habría anunciado claramente a los españoles que se disponía a promover una amnistía, en lugar de negarlo falsamente una y otra vez. Es cierto que, en aras de la verdad, existe también la opción de emborrachar a todos los altos cargos, pero para que no nos mintieran debería ser una borrachera perpetua, lo cual es un gasto excesivo para las arcas públicas. Mucho mejor, y más barato, buscar dirigentes sinceros por viejos que por bebedores.
A Pujol le quedan todavía unos cuantos años para seguir sincerándose, se le ve bien de salud. A ver qué nos cuenta de su etapa en Banca Catalana, cuando quiso hacernos creer que no se le perseguía por su -siendo indulgentes- nefasta actuación al frente de la entidad bancaria, sino por su catalanismo. Aquella mentirijilla fue también perniciosa, porque la adoptaron, y la siguen adoptando, todos los políticos catalanes que deben rendir cuentas ante la justicia.
Todo llegará. De momento, se ha conformado con anunciar lo sabido: que España es un estado poderoso y Cataluña no va a lograr la independencia. Supongo que lo próximo va a ser resucitar a la antigua Convergencia, la del “peix al cove”, y meter a alguien a vivir en una suite del Palace madrileño, no sé si Duran i Lleida está todavía para esos trotes. Aquello sí que era vida, cuando hasta el ABC le dedicaba portadas, y no esta murga del procés. Bienvenido a la realidad, abuelo.