Uno no sabe si le provoca más náuseas Íñigo Errejón, la señorita que al cabo de los años denunció públicamente que había sido ultrajada o la (dicen que) periodista que ha recopilado éste y otros casos para vender un libro. Personalmente, huyo como de la peste de políticos que desde la izquierda dan lecciones de moral, de actrices con necesidad de publicidad y de escritoras de dudosa calidad, así que difícilmente me va a meter mano un diputado, me voy a encontrar a solas en una habitación con una cómica del tres al cuarto, o voy a salir en un libro necesitado de promoción porque nadie quiere leerlo. Todo lo cual no obsta para que sepa reconocer en los tres protagonistas de la historia a tres trepas de manual, de los que desde nuestro Siglo de Oro retrató la novela picaresca. Un buscón y dos busconas, aunque ninguno se llame don Pablos.

Errejón no deja de ser un niñato a quien se le subió el poder a la cabeza, como a tantos, y que para corroborar su estulticia escribe una nota pública de disculpas que parece redactada por el mismo alumno de preescolar que redacta las cartas de Pedro Sánchez a la ciudadanía. Elisa Mouliaá (he tenido que buscar el nombre de esa desconocida en internet) es una aspirante a famosa de las que se van a casa de un tipo que antes les había realizado "tocamientos y besos no consentidos", con la sana intención, supongo, de ver tranquilamente un documental sobre focas en el ártico. Y Cristina Fallarás es una periodista que, a falta de otros méritos, se quiere convertir en la protagonista de un MeToo a la española, sin tener en cuenta que cualquier cosa que lleve de apellido "a la española" termina en espantoso ridículo, salvo la tortilla. Bueno, en realidad lo que quiere es vender su libro, y si para ello debe asumir el cargo de adalid de las mujeres que han sido tocadas sin consentimiento, se convierte en ello, que falta solo una semana para que salga el libro y toda promoción es poca.

Esa gente vive en otra dimensión. Me refiero a nuestros políticos, nuestra farándula y nuestra, ejem, literatura, y que me perdonen los escritores de verdad por poner a la Fallarás en su mismo saco. Si pisaran más la calle y menos las moquetas y las alfombras rojas, sabrían que sus cuitas no interesan absolutamente a nadie. En mi barrio, un barrio normal de gente normal, sólo a algunos les suena remotamente el nombre de Errejón ("¿ese no es ministro de algo?") y nadie ha oído hablar jamás de Mouliaá o Fallarás, unos apellidos que si nombro en el bar donde desayuno o en el colmado donde me aprovisiono, pensarán que me he inventado, así de gracioso e ingenioso me creen mis vecinos. En el improbable caso de que se me ocurriera contarles a esos vecinos lo sucedido entre los tres buscones, me responderían que ellos tienen preocupaciones de esas que la gente llama "de verdad" -hijos, padres, trabajo, salud, deudas- y que no les dé el coñazo. Que cuando quieren entretenimiento ya tienen el fútbol y no les hacen falta historias aburridas de gente intrascendente.

Uno alberga la sospecha de que Errejón, Mouliaá y Fallarás piensan de verdad que a la gente le interesa lo que cuentan. Puede que incluso se crean importantes, no sería el primer caso de necios con ínfulas. Mi consejo es que aprovechen, que hay ocasiones que pasan solamente una vez en la vida, y tal vez gracias a la polémica los tres pueden llegar hasta donde, de ser por sus capacidades, no hubieran ni soñado: Errejón de exhibicionista en el Retiro, Mouliaá de concursante en La Isla de las Tentaciones, y Fallarás vendiendo un par de docenas de libros de su obra cumbre. Si todos salen ganando, bien por ellos.