Hay que elogiar la habilidad de Salvador Illa para ser investido president con un apoyo parlamentario tripartito, de izquierdas, aunque con la paradoja de que el Govern es monocolor, solo del PSC, y que los guiños ideológicos más marcados son sociovergentes.
Ha nombrado consejeros a dos veteranos dirigentes de CiU, Miquel Sàmper y Ramon Espadaler, sin que los Comunes rechisten demasiado, y ha externalizado tanto la Consejería de Cultura como la nueva de Política Lingüística a ERC. Los independientes Sònia Hernández y Francesc Xavier Vila, que ahora se sientan en el Consell Executiu, ocupaban cargos bajo el gobierno del republicano Pere Aragonès, e indudablemente se identifican con políticas culturales y lingüísticas de corte nacionalista.
Como ha escrito en La Vanguardia el periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán, se repite una decisión del segundo tripartito, con José Montilla de president, que fue la cesión de las consejerías culturales a ERC, lo que años más tarde, el propio Miquel Iceta, anterior primer secretario del PSC, reconoció que había sido un error, pues los independentistas ampliaron su peso e influencia y eso dio alas al futuro procés.
Ahora, con los socialistas al frente de la Generalitat, sería el momento de intentar una reactualización del maragallismo cultural, de superar la insana obsesión por la lengua y la identidad, de abrirse a una lectura de la historia catalana dentro de España y a un bilingüismo sin miedos. Que la normalidad que predica Illa para justificar la bandera española en su despacho no se quedase solo en el trapo y alcanzase la Cataluña real. Veremos, pero me temo que esta vez tampoco será.
Pese al carácter moderado y pactista del Ejecutivo de Illa, sin ganas de pelearse con nadie, sobre todo de no disgustar al votante nacionalista, desde Junts no han dudado en calificar al nuevo Govern “cómplice del 155”, de ser “el más españolista de la historia”. En paralelo, los medios y grupos más alocados han ido rápidamente a la caza de aquellos nombres que por su trayectoria profesional peor les caen, a los que tachan de “borbónicos, reaccionarios, ultras y recalcitrantes”.
El nombramiento de Jaume Duch como consejero de Unión Europea y Acción Exterior ha sido sin duda el fichaje más prestigioso. Hasta ahora era portavoz del Parlamento Europeo y director general de Comunicación, lo que le convertía en el funcionario europeo catalán con mayor visibilidad. Durante el procés, pese a su obligada neutralidad política, nunca fue indulgente con el independentismo, y en 2017 fue muy crítico con el procés.
Señalado como amigo de Josep Borrell, su nombramiento deja meridianamente claro que la acción exterior del Govern de la Generalitat no va a servir para alimentar la internacionalización de las aspiraciones soberanistas. La cuestión de Cataluña no es un problema internacional, sino de orden español, o sea, tarradellismo puro. Que el juguete exterior del que tanto se han aprovechado los separatistas esté bajo el control de alguien que ha recibido la Encomienda de la Orden de Isabel la Católica, concedida por Felipe VI, lo dice absolutamente todo y, por supuesto, enciende a los radicales hispanóbofos.
Los otros dos nombres que en las últimas semanas han sufrido un señalamiento en las redes por españolistas impenitentes son Javier Villamayor, hombre de plena confianza de Illa, que nunca ha escondido desde Tarragona sus nulas simpatías por el nacionalismo, y que ahora ocupa el relevante cargo de secretario del Govern, y a nuestra compañera, hasta hace poco directora de Crónica Global, Cristina Farrés, nombrada directora de Comunicación del Govern.
A Farrés le han dicho de todo y ha sido objeto en Youtube de un audiovisual personalizado, editado por el grupo Octuvre, animado por el incombustible majadero Albano Dante Fachín, para explicar quién es Farrés, de dónde viene y con quién se junta. Todo el argumentario es muy pobre, recalentado, y en buena medida recicla el infame libro de Jordi Borràs contra SCC, donde Crónica Global forma parte de un entramado secreto, animado por gente con vínculos poderosos, cuyo objetivo es destruir el separatismo, donde Pedro J., como era previsible, también aparece. Es tan lamentable que solo vale la pena citarlo porque evidencia la obsesión enfermiza de algunos por desvelar, desnudar, como si fuera un misterio, que muchos catalanes hemos batallado en el frente antindependendista en los años duros del procés por convicciones cívicas y democráticas, desde una catalanidad insobornable y desacomplejada, y que ahora también seremos críticos con nuestros amigos.