La Copa América ya ha pasado a la acción y la ciudad está percibiendo el pulso de un evento grande, trascendente, con empaque. Medio mundo está pendiente del litoral barcelonés, y lo seguirá estando durante muchas semanas, lo que quiere decir que Barcelona vuelve a jugarse su prestigio internacional. Uno de los factores que determinará parte de la reputación que proyectaremos es la seguridad. La de las calles, las zonas más concurridas de espectadores, la propia de los equipos, en definitiva, otro examen trascendental para los Mossos d’Esquadra después de su último e imperdonable borrón dejándose ningunear por Puigdemont y su banda del Mirlitón.
Si la tendencia a registrar nuevos índices de delincuencia, de robos, agresiones, se mantiene en el tiempo entonces la imagen de la ciudad sufrirá un deterioro importante. Este diario publicaba recientemente el intento de sustracción de un reloj valorado en 345.000 euros a un directivo de la Copa América, todo un reclamo para el ejército de multirreincidentes que patrulla por la ciudad en busca de la presa más despistada. Los Mossos detuvieron al ladrón, pero tendrán que redoblar esfuerzos para que la Copa América se lleve una buena impresión y para que los ciudadanos locales se tranquilicen con datos escalofriantes como las 20 agresiones por arma blanca que se sucedieron en Barcelona en el transcurso de una semana de agosto.
Difícil misión la de estar a la altura con el ciudadano después de la pérdida de confianza y de autoridad que ha supuesto el caso Puigdemont. Hace falta respirar profundamente y trabajar mucho y bien para darle la vuelta al calcetín y todo ello en plena crisis interna que el nuevo gobierno de la Generalitat deberá finiquitar. Pero todo ello hay que abordarlo desde el sentido común y el conocimiento profundo de cómo funcionan los cuerpos policiales. En tanto en cuanto los nuevos mandos de los Mossos logren alejar al cuerpo de la política los uniformados podrán empezar a reconstruir la imagen y el servicio de calidad.
La tentación de los políticos por tener una policía a su servicio es un caramelo envenenado para los policías, sean del cuerpo que sean. Lo sufrieron los Mossos con una estrechísima relación con los gobiernos independentistas en 2017, lo han seguido sufriendo en la actualidad, como en determinados periodos de la historia la mancha de la política ha salpicado a la Policía Nacional (Villarejo y sus secuaces) y recientemente a la Guardia Civil, donde un ministro sigue castigando a un coronel por haber cumplido con la ley que especifica que el jefe de las investigaciones es el juez y no el político. El Supremo tumbó la tesis del ministerio, pero el coronel Pérez de los Cobos sigue sin la estrella de general, siendo el más reconocido para el puesto. Más uniformes y menos políticos en cuestiones de seguridad.