No cabe duda de que ganar una competición por selecciones es una alegría colectiva, guste o no guste el deporte. España cosecha triunfos en muchísimas disciplinas, pero dado su poder mediático, los triunfos de la selección de fútbol tienen un impacto mayor.
El éxito de nuestra selección ha supuesto una sorpresa tan grande como agradable. Nadie se lo esperaba, pues es una selección carente de estrellas, por más que ahora subamos a alguno de ellos a los altares. Se trata de un triunfo del colectivo sin que existan grandes individualidades, lo mismo que el entrenador, una persona tranquila y normal.
Nuestra selección está compuesta por un ramillete de jugadores que representan en cierto modo la evolución de nuestra sociedad. Tres de ellos nacieron fuera de España. Le Normand y Laporte son franceses y se nacionalizaron españoles como resultado de su evolución profesional y el deseo de la selección de contar con ellos. Joselu es alemán de nacimiento, nació en Stuttgart, pero de padres españoles. Y las dos nuevas estrellas, Nico Williams y Lamine Yamal, son nacidos en España de padres que llegaron a España de manera irregular.
Pero si el origen de nuestros seleccionados es variado, también lo es su carrera profesional. Además de algún jugador del Madrid y del Barça hay jugadores del City, del PSG, del Chelsea, del Arsenal, del Leipzig y hasta de equipos árabes. Y también del Betis y del Sevilla. Y del Athletic y la Real. Nuestra liga es tan abierta que bastantes de nuestros mejores jugadores no tienen cabida en equipos españoles.
Muchos, que no todos, pueden catalogarse como jóvenes ricos. Pero sus padres, en la mayoría de los casos, no. Los hay inmigrantes en situación ilegal con ocupaciones precarias, limpiadoras de pisos, policías nacionales, guardias civiles, vendedores de coches… Hijos de ricos hay pocos, la verdad.
En un mundo donde el fútbol es cada vez más físico sorprende que nuestra selección haya sido capaz de llegar tan lejos siendo el equipo de bajitos y flaquitos. Es la selección con la estatura media más baja y la segunda más ligera en peso, tras Turquía.
Es un grupo que se ve unido entre otras cosas ante el poco aprecio que se les profesaba por las autoridades, con la notable excepción de S. M. el Rey. No se les recibió en la Moncloa cuando ganaron la Liga de las Naciones, el Rey viajó sin ministros en su primer viaje, hay una cruzada abierta contra el presidente de la federación y varios directivos… no es extraño que la recepción en la Moncloa fuese un trámite de 16 minutos mientras que en la Zarzuela estuvieron más de una hora felices y relajados. Si algo ha demostrado esta selección es personalidad y parece que se dejarán manipular menos que sus colegas femeninas.
Es curioso que ser taurino y religioso ahora sea políticamente incorrecto. Pues así es el seleccionador, un tipo amable, pero serio y riguroso. Veremos si le dejan seguir trabajando con la ilusión de conseguir el Mundial, algo ahora más difícil todavía porque el mundo se ha maravillado con nuestra selección, o poco a poco le harán la vida imposible, lo mismo que a algunos jugadores, aprovechando que se sigue descabezando la federación de fútbol, donde ganar parece sinónimo de meterse en problemas.
En cualquier caso, la alegría ha sido grande y muy compartida porque el domingo se lanzaron cohetes en Barcelona, se vio la selección en una plaza en Bilbao y se gritaron los goles en Mataró y Vitoria. Ojalá este grupo heterogéneo unido por la ilusión de triunfar sirva de ejemplo a los políticos que solo escarban en la diferencia. Los únicos que han hablado del color de los dos extremos titulares han sido los políticos que dicen ir contra el racismo. Para muestra un botón de su falta de coherencia.
¡Ahora solo falta que Nadal y Alcaraz ganen el oro olímpico en París!