La génesis de este artículo surge de la lectura de una entrevista publicada en el diario El País el pasado 26 de junio por el matrimonio Klarsfeld, reconocidos caza nazis de nacionalidad francesa. En la entrevista, avalaban la normalización de la extrema derecha en las próximas elecciones legislativas francesas, la RN de Marine Le Pen pasa de ser el enemigo principal a solo un adversario del partido de Macron.
Transcribo sus declaraciones textuales: "Nuestra prioridad no son las transformaciones sociales, el progreso y la justicia social… Después de la Shoah, nuestra prioridad es el destino de los judíos y de Israel". Desde mi más profunda solidaridad con el pueblo hebreo, su lectura me provocó una cierta inquietud que me incita a preguntarme: ¿Qué ha podido ocurrir para que el sueño sionista abandone la ética del sionismo originario, la del socialismo igualitario de los padres fundadores basado en la utopía social y se transforme en un proyecto etno-nacionalista? ¿Qué ha sucedido para que el actual Estado de Israel cuente con amplias simpatías en sectores significativos de la extrema derecha del mundo occidental?
El derecho a existir de Israel es incuestionable, pero el Holocausto no puede ser en ningún caso la justificación de la violación de los derechos humanos del pueblo palestino y la brutal ocupación de Gaza. Durante muchas décadas, la crueldad del Holocausto —la más terrorífica persecución de un pueblo en la Historia— ha condicionado la posición política de muchos países de cara a Israel. Esto ha permitido a Israel justificar determinadas acciones represivas, totalmente inaceptables, en la Cisjordania ocupada. La realidad hoy es que es imposible hacer desaparecer a siete millones de palestinos, más aún cuando los palestinos israelíes que, en 1948 eran el 11% de la población del país, son hoy el 21%.
Criticar al actual gobierno de Israel no es antisemitismo. Los representantes de Israel han agitado en muchas ocasiones la acusación de antisemitismo con la evidente intención de inhibir legítimas críticas políticas. Sin embargo, en ningún caso es justificable el hecho que en la actualidad solo los judíos israelíes tienen plenos derechos civiles. Son inaceptables ética y moralmente las actitudes claramente racistas de los colonos de "extrema derecha" al que su fanatismo religioso los lleva a afirmar que la tierra Palestina es judía por derecho divino y reivindican la existencia del Gran Israel que anexiona a la Cisjordania palestina a la que ellos denominan Galilea y Samaria. Para estos extremistas, Palestina era una “tierra sin pueblo que ha sido ocupada por un pueblo sin tierra”; los palestinos no existen ni han existido nunca. Para sectores de la extrema derecha occidental: Israel es la avanzadilla de la civilización occidental en un mundo de bárbaros.
Lo anterior nos lleva a reflexionar sobre las contradicciones de la sociedad y el Estado de Israel. Un Estado que en sus orígenes encarnaba una visión universalista, humanista e igualitaria. Una sociedad capaz de desarrollar las tecnologías más avanzadas en todos los sectores, especialmente relevantes son los logros israelíes en el campo de la genética y la salud y al mismo tiempo utilizar el laboratorio palestino como campo de pruebas para el desarrollo de tecnologías armamentísticas y de ciberseguridad vendidas a países que violan los derechos humanos. Una sociedad que está abandonando la ética del sionismo originario, basado en la construcción del hombre nuevo y en la utopía del socialismo igualitario, por la política expansionista y sectaria de ocupación de las tierras bíblicas de Judea y Samaria. Derrotada la primigenia aspiración sionista del pueblo judío a tener un Estado dotado de una visión universalista, humanista y socio-utópica, se impone el nacionalismo étnico de Netanyahu. La amenaza constante a la que se encuentra sometido en su existencia como Estado no debería justificar dicha mutación.
La extrema derecha y el ultranacionalismo religioso ocupan el Gobierno de Israel. El etnonacionalismo y el ultranacionalismo religioso dificultan el logro de la paz y suponen un peligro para el futuro de Israel. Llama la atención la extraña alianza de la extrema derecha americana y europea, en algunos casos de claras simpatías nazi-fascistas, con el actual gobierno de Israel. Los atentados terroristas del 7 de octubre han paralizado a las organizaciones progresistas israelíes, incapaces de ofrecer alternativas de paz y progreso a una sociedad atemorizada y cada vez más radicalizada. Lo anterior no es óbice para reconocer los numerosos errores cometidos por los dirigentes palestinos desaprovechando oportunidades como el Plan de Paz de Bill Clinton de diciembre del 2000, en la búsqueda de soluciones que propiciaran una salida pacífica del conflicto.
El conflicto está enquistado en un mundo cada vez más inestable y peligroso. Hoy por hoy, la existencia de Netanyahu al frente del gobierno israelí y sus aliados fanáticos ultrareligiosos, así como el liderazgo palestino de una brutal organización terrorista como Hamás, hacen inviable cualquier tipo de acuerdo. Un Hamás golpeado militarmente, pero alimentado ideológicamente por la matanza de Gaza, los más de 38.000 muertos civiles gazatíes son el mayor soporte que Hamás puede recibir.
Como apuntaba el escritor y ensayista israelí, Davis Grossman: "Los israelíes no tendremos un hogar hasta que los palestinos lo tengan"