Si Stormy Daniels, cuando salió del baño en la suite del hotel a orillas del lago Tahoe donde tuvo lugar la relación furtiva que Donald Trump mantuvo con ella en 2006, lo hubiera encontrado desnudo esperándola impaciente en la cama, la imagen del que después fue presidente de Estados Unidos habría quedado a salvo; al fin y al cabo, estar desnudo era lo que requería la finalidad del encuentro y más en aquel momento preciso.
El emperador puede estar desnudo sin perder la dignidad aun envuelto en la mentira de un traje inexistente, como en el cuento de Hans Christian Andersen El traje nuevo del emperador (1837), basado en una historia recopilada por el infante de Castilla Don Juan Manuel en El conde Lucanor (1335). Revestido de virtudes invisibles, solo “vistas” por sus seguidores incondicionales, como el traje invisible del emperador elogiado por sus súbditos, Trump desnudo personificaría con honor la alegoría del cuento.
Pero Daniels afirma bajo juramento haberlo encontrado aguardándola en calzoncillos. El emperador no engañaría a nadie en calzoncillos. Es lo que le ocurre a Trump en el juicio penal en el que ha testificado Stormy Daniels el pasado 7 de mayo, cuyos hechos de resultar finalmente probados serían barriobajeros a más no poder: haber pagado 130.000 dólares (unos 121.000 euros) con dinero distraído de la campaña electoral de 2016, a través de un testaferro alcahueta, a una intérprete de cine porno para que no contara lo de un polvo sin condón y luego hacer trampas contables para justificar el gasto, más cutre imposible.
De los cuatro juicios penales en los que Trump está procesado –91 acusaciones en tribunales de Florida, Georgia, Nueva York y Washington DC–, el de las supuestas condiciones por las que pagó a Daniels (hecho probado) es el menos heroico, lo deja en calzoncillos, una prenda bien visible, nada majestuosa, nada épicas las circunstancias, burda la falsificación de registros comerciales fragmentando en pequeñas cantidades como alguien en apuros la devolución del importe que el testaferro había adelantado a Daniels.
El presunto intento de subvertir el orden constitucional de Estados Unidos instigando el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 con un resultado de cinco muertos y numerosos heridos, de evitar la certificación de los resultados electorales de noviembre de 2020 y llevarse más 184 documentos clasificados, de los cuales 92 eran secretos y 25 contenían secretos de alta confidencialidad, todo ello actos insólitos en la (en muchos sentidos) ejemplar democracia estadounidense, de quedar probados, serían constitutivos de gravísimos delitos, y, no obstante, muchos de sus votantes de entonces los ignorarán y, según las encuestas, repetirían voto en noviembre próximo.
El Trump político les parece bien y bien vestido –sobre todo con la gorra MAGA, Make America Great Again, “Haz América grande otra vez”–, pero el Trump adúltero en calzoncillos esperando dispuesto en la cama de un hotel a una actriz porno tendría que resultar demoledor en una sociedad con rescoldos de moral puritana en cuestiones de sexo, mayormente a sectores de la amplia clase media conservadora, votante tradicional del partido republicano.
Encima, parece que la escena en calzoncillos no fuera algo excepcional y que Trump los vistiera con cierta frecuencia en situaciones parecidas a las que narra Daniels, lo que en lenguaje barriobajero se llama ser un putero.
Que parte del mundo se inquiete por la posibilidad, remota o no, de que el Trump de los calzoncillos, que es el político Trump, vuelva a la Casa Blanca es tanto una muestra de la globalización de la política y del poder de Estados Unidos, temido por tanto como ha sido mal usado, como de las libertades de Occidente.
Uno no puede imaginarse a Putin en calzoncillos, aunque le gustaba exhibirse con el torso desnudo, o a Xi Jinping con igual prenda, siempre trajeado como un bendito agente de funeraria y, si fuera el caso, esperar que la respectiva prensa, amordazada y servil, lo aireara. Occidente, además de más libre y próspero –obviando el mal reparto de la prosperidad– es menos aburrido.