Hace pocos días se presentó en Barcelona y en Madrid el informe de los principales riesgos que deberán afrontar las empresas en España en 2024. El informe se enmarca en el Observatorio de Riesgos, que ya en su tercera edición elabora el Institut Cerdà.

Es un ejercicio de prospectiva sugerente, y aunque el énfasis está puesto en el mundo de las empresas, me permito abrir el enfoque a las Administraciones porque muchas de las consideraciones y constataciones también tienen un correlativo obvio en el mundo de lo público. 

El documento está dividido en seis ámbitos que, según su naturaleza (económicos, institucionales, medioambientales, sociales, de recursos y tecnológicos), muestran, en la mayoría de los casos de forma interrelacionada, los riesgos de mayor importancia a los que vamos a tener que enfrentarnos. 

La deuda pública, la fase expansiva del gasto público y los fondos Next Generation, que hemos vivido después del Covid, entran en este momento en una fase final y, por lo tanto, volveremos a entrar en una más que previsible etapa de contención del gasto público.

La inteligencia artificial, ante la ausencia de un marco regulatorio europeo, genera una necesidad creciente de fijar los objetivos del uso de estos nuevos instrumentos tecnológicos, delimitando el cómo y el para qué. Sus efectos positivos y, también, las vulnerabilidades de la mayoría de los sistemas tecnológicos con los ciberataques.

En el debate del cambio climático, surgen varias situaciones que estamos viviendo muy en directo en nuestro entorno más inmediato: la escasez en la disponibilidad del agua y la frecuencia y persistencia de las olas de calor, más propias de otras latitudes del planeta, hasta hace poco.

En relación con la geopolítica como actor y vector para entender las dificultades periódicas en las cadenas de suministros, estamos pasando del conflicto, local, nacional, regional al global. Nuevas lógicas económicas se están imponiendo y, de facto, nuevas agendas. El desorden informativo y los desajustes en la planificación e implantación de la transición energética y el necesario impulso de la transformación digital son parte de esta realidad, con una consecuencia dura y clara, el incremento de la fractura social.

Los datos que acompañan estos informes son contundentes. Ante ellos caben múltiples repuestas, desde el pesimista conspicuo al optimista ingenuo. Del “no hay nada que hacer” al del “amor que siempre triunfa”. Observamos en la gestión de muchos operadores, privados y públicos una actitud de resiliencia práctica. Estamos donde estamos, tenemos lo que tenemos, seamos prácticos y busquemos soluciones operativas.

Esta es la realidad que tenemos y estamos ejerciendo. Un mundo en el que están inmersas casi todas las partes, privadas y públicas. Sólo me permito añadir que los responsables públicos y privados lean, y analicen los diferentes informes de prospectiva que se elaboran desde diferentes ámbitos. En un mundo marcado por las policrisis, tal como dice Edgar Morin, el día a día condiciona las agendas, obvio, pero en algún punto vale la pena ir más allá, del día a día, y proyectarse hacia el futuro. Es fácil decir que debemos optimizar los recursos, pero es más difícil de ejercer. Como dice el refrán, es “mejor prevenir que curar”.