Íñigo Errejón ha tenido a bien echarse unas risas emoticonas para comentar la noticia sobre el nuevo partido Izquierda Española. Al relacionar el adjetivo española con un evidente signo de nacionalismo carpetovetónico, el líder de Más País ha concluido que se trata de otro partido de derechas, sin más. Sorprende la capacidad analítica de este sumarísimo diputado, que tan a gala lleva ser graduado en Ciencias Políticas. Cierto es que este comentario lo ha realizado en un tuit de X, donde el medio es el mensaje.
Errejón no ha sido ni mucho menos el único. La legión de analistas vinculados a la coalición de gobierno ha salido como un vendaval contra esta operación orquestada, según ellos, por la derecha para debilitarles. Sería todo un logro si, al menos, este nuevo partido redujera la fascinación que las izquierdas gobernantes sienten por los derechos históricos y demás restos carlistas de sus socios nacionalistas.
El problema que el nuevo partido plantea no es tanto recoger varios centenares de miles de votos huérfanos de una izquierda sin tantos complejos posfranquistas. El posible impacto de esta nueva fuerza es que propone una solución a la permanente disonancia cognitiva en la que se refugian varios millones de votos cautivos de las izquierdas hegemónicas.
Muchos votantes y no menos militantes saben que ni el PSOE ni Sumar son partidos plenamente de izquierdas, puesto que se arrodillan sin ruborizarse ante las exigencias supremacistas y profundamente insolidarias de sus socios parlamentarios nacionalistas, amén de ceder cuando les conviene a las componendas de las grandes empresas. Vivir presos de “la paradoja de la carne” paraliza a sabiendas cualquier ilusión por avanzar en el cambio del país en su conjunto, sea la Constitución, las infraestructuras, la sanidad, la educación, etcétera.
La disonancia cognitiva de muchos votantes de izquierda se mueve en un conflicto permanente e interiorizado entre su reconocimiento a favor de un Estado socialmente más redistributivo, y su apoyo a un discurso bloquista que favorece la desigualdad en beneficio de los habitantes de unos territorios.
El nuevo partido rompe con esta paradoja política, al poner en evidencia este secuestro mental que ignora deliberadamente las mentiras que ocultan el permanente desguace del “Estado del bienestar”, en continuo proceso de privatización por la vía de las concesiones al autonomismo.
Izquierda Española ha abierto de nuevo el melón de la trampa nacionalista y autonomista, de manera mucho más clara que UPyD o Cs lo hicieron en su momento. La ansiosa búsqueda del centro que hicieron esos partidos fue la trampa en la que fenecieron. El centro no es, necesariamente y en exclusiva, un espacio político, sino un espacio para la negociación y el consenso entre fuerzas políticas que comparten un concepto similar de nación, entendida esta como un conjunto de ciudadanos con igualdad de derechos, y no como un dogma de rasgos identitarios que distingue propios de extraños.
No sólo se ha de poner en entredicho los derechos históricos que amparan el chantaje de los nacionalistas, también se ha de cuestionar el tabú de los nuevos autonomismos en los que se refugian las elites conservadoras regionalistas. Ese es el reto de Izquierda Española. Harto difícil es que lo consiga, vista la reacción de la caverna progresista que prefiere continuar “fumando”, aunque todos sepamos las negativas consecuencias por seguir haciéndolo.