La reacción tan virulenta que han tenido todos los socios del Gobierno, y también desde Sumar, contra el mensaje de Nochebuena de Felipe VI, así como el silencio del PSOE hasta transcurridas 15 horas en que Cristina Narbona, presidenta del partido, difundió una declaración pública de apoyo, evidencian el linchamiento continuo que sufre la Corona.
El objetivo es clarísimo, identificar la monarquía con la derecha y la extrema derecha, y abrir un frente republicano que, más pronto que tarde, formule una propuesta de cambio constitucional sobre la jefatura del Estado. Hay prisa por ello porque el día que reine la princesa Leonor será como la llegada de una auténtica paloma blanca para una institución muy dañada por la falta de ejemplaridad del Rey emérito.
En la cacería contra el Rey se unen todas las fuerzas soberanistas y separatistas, más los partidos a la izquierda del PSOE, mientras la relación de Pedro Sánchez con el Rey es presumiblemente tensa, sobre todo tras el pacto con Junts y ERC a cambio de la amnistía, que supone una descalificación de su trascendental discurso del 3 de octubre de 2017.
El Gobierno no sale nunca en su defensa, tampoco la presidenta del Congreso, Francina Armengol, incapaz de pronunciar jamás un viva al Rey en sus discursos (¡qué contraste con Meritxell Batet!), mientras los socialistas callan, transigen, ante los gestos groseros y las palabras de odio contra Felipe VI por parte de los partidos que votaron la investidura de Sánchez.
El mensaje del Rey fue certero, y puso el foco en el peligro de que se instale “el germen de la discordia”, de la división, que moralmente todos tenemos el deber de evitar, subrayó. Su defensa de la Constitución fue más allá de lo formal y previsible, e instó a todos a conservar su razón de ser: el pacto de todos y entre todos, su identidad e integridad.
“Fuera del respeto a la Constitución no hay democracia ni convivencia posibles: no hay libertades, sino imposición, no hay ley, sino arbitrariedad. Fuera de la Constitución no hay una España en paz y libertad”. Este es un párrafo magnífico, con el que, en cierta forma, vino a insinuar el peligro de un uso meramente instrumental del texto constitucional, que no respete su esencia, que es favorecer la convivencia y la unidad entre los españoles.
Tanto PSOE como PP pudieron sentirse aludidos, criticados, pero sin dejar de identificarse con la globalidad de un mensaje impecable en el que Felipe VI evitó entrar en ningún aspecto concreto de las críticas que entre ambos partidos se lanzan sobre el incumplimiento de la Constitución. Al jefe del Estado, la amnistía es evidente que no le puede gustar, pero quiso subrayar que todas las instituciones, “empezando por el Rey”, afirmó, tienen el deber de conducirse desde la lealtad, cumpliendo con sus obligaciones. Por tanto, el monarca firmará la ley de amnistía cuando se la presenten sin rechistar.
Los separatistas, en su frustración por el fracaso del procés, cargan particularmente contra Felipe VI, de quien Gabriel Rufián siempre cuelga en X una foto de cuando era niño saludando al dictador en presencia de sus padres. Ayer mismo, Carles Puigdemont lanzó un nuevo ataque recurriendo al tópico de que la monarquía actual fue reinstaurada por el franquismo, lo cual es una falsedad porque Juan Carlos I heredó todos los poderes de Franco, que eran absolutos, y las Cortes Constituyentes de 1977 lo que hicieron fue delimitar una monarquía parlamentaria, donde el jefe del Estado no tiene ningún poder.
En las repúblicas parlamentarias, el presidente tiene bastantes más atribuciones, como sucede, por ejemplo, en Portugal o Italia. Se dispara contra Felipe VI desde el independentismo catalán y vasco (resulta llamativa la inquina del PNV), y desde Podemos, con gruesas descalificaciones en las que solo falta pedir una guillotina para cumplir el vaticinio que “será el último rey”. También Sumar se apunta al aquelarre antimonárquico, incumpliendo la promesa de “lealtad al Rey”, mientras los socialistas se ponen de perfil ante esa burda cacería. El Rey no puede defenderse, no puede replicar, porque caería en el fango de la polémica, que es lo que buscan sus enemigos, y no va a modificar ni una coma de su discurso sobre la Constitución como vía de encuentro entre españoles, y de España como un país mejor y más fuerte de lo que muchos piensan.