La superación del puente de Diciembre aboca al ciudadano al slalom gigante que suponen las fiestas de Navidad, tiempo de alegría por decreto y de múltiples generosidades artificiales, salvo en la mesa. Es también un momento adecuado para echar la vista atrás y realizar balances ciudadanos que en el caso de la seguridad Barcelona no saca buena nota. Se ha convertido en una cantinela más repetitiva que el soniquete de los niños de San Ildefonso pero es la realidad, en números, en percepción y en imágenes que uno no quisiera para su ciudad.

Da la sensación de que cometer un delito, provocar una pelea o apuñalar al prójimo sea una acción cada vez más común en la capital catalana. Siempre hemos tenido índices notables de delincuencia, somos una gran ciudad portuaria e históricamente eso se ha traducido en líos al margen de la ley. Pero lamentablemente llevamos un ritmo de colisión hacia la convivencia que no se arregla sólo con buenas palabras. Las escenas de esta semana vividas en el aeropuerto de El Prat --con una pelea monumental entre los retractiladores que envuelven las maletas con plástico-- y las que se han difundido de una pelea en un vagón de la línea 1 del metro, con unos jóvenes atizándose de lo lindo sin motivo aparente no son el escaparate que desea dar esta ciudad al mundo entero.

Es evidente que faltan policías pero a lo mejor también hay una ausencia de estrategia, de organización. Un sindicato policial dejó entrever hace unos meses que parte del problema es que hay demasiados mossos con cargos y funciones administrativas y pocos en la calle, donde el mal se juega las habichuelas. Muchos en el cuartel general de la policía autónomica, y menos en las patrullas. Quizás pese a todo sigan faltando policías pero cuando el panorama en la calle te está marcando complicaciones hay que redoblar esfuerzos y ser lo más imaginativo posible. Veremos cómo acaba de cifras el año pero las últimas oficiales de que se dispone colocan a Barcelona como la ciudad con mayor índice de delitos de España por cada 100.000 habitantes. Un liderazgo que no deberíamos tener. No dudo que las administraciones, Generalitat y ayuntamiento, pongan toda su mejor voluntad en resolver el entuerto, pero con las buenas intenciones no basta. O se urde una estrategia mejor o la vida en la ciudad se escapará de las manos de los ciudadanos.

En septiembre pasado se produjeron 13 apuñalamientos en la ciudad, casi uno cada dos días. Estas cosas antes pasaban en los peores barrios de ciudades de Estados Unidos y de Latinoamérica y ahora estamos tragando saliva. Cuando no es un robo de relojes en la calle, es un atraco, o un robo con violencia en una vivienda, o las navajas o los disparos. La ciudad no podrá aguantar mucho tiempo esa sensación de que salir a la calle sea cuando menos delicado. Como le ocurrió el pasado viernes a una señorita en la calle Tordera. Pisar la calle y llevarse un navajazo.

La sociedad está mutando y los delitos son cada vez más descarnados, lo que debe obligar mucho más a los polícias en medios y personal. Lo que antes se arreglaba con una charla ahora exige emplearse a fondo. Cierto. Pero habrá que hallar una solución porque de lo contrario esa deriva nos llevará a todos al desastre.