Mientras el presidente, Pedro Sánchez, intenta que las relaciones entre los países árabes y la Unión Europea no se compliquen –aún más–, hay quien procura sacar tajada personal o partidaria de la crisis de Oriente Medio. Lo hace Sumar condicionando su pacto de gobierno con el PSOE al reconocimiento del Estado palestino de forma unilateral, sin aguardar un consenso previo en el seno de la Unión Europea; lo hace Ione Belarra pidiendo la suspensión de relaciones diplomáticas con el Estado judío; lo hace Ada Colau aprovechando cualquier ocasión a su alcance para disparar contra Jaume Collboni. Iniciativas algunas de las apuntadas que han obligado al Ejecutivo español a emplearse a fondo para responder tanto a las impertinencias de la Embajada de Israel en España, como para frenar el intrusismo de algunos ministros en la política exterior. Afortunadamente, José Manuel Albares, además de balsámico, es ducho en materias diplomáticas.

Al concluir la manifestación de apoyo a Palestina que tuvo lugar en Barcelona, a la exalcaldesa Ada Colau le faltó tiempo para arremeter con dureza contra el actual alcalde por haber restablecido los vínculos con el Ayuntamiento de Tel Aviv. La líder de los comuns no comprendió en su día, y aún no ha comprendido, que al igual que Hamás no es el pueblo palestino, las relaciones de cooperación entre ciudades tienen una lógica propia más allá de los Estados. Colau obvió que días antes Collboni condenó con contundencia tanto los ataques terroristas contra Israel, como la “desproporcionada respuesta militar de destrucción de vidas, viviendas e infraestructuras en Gaza”. Ada Colau también ocultó y oculta que este posicionamiento del alcalde barcelonés ha sido considerado por su homólogo en Tel Aviv, Ron Huldai, como demasiado crítico contra la acción del Ejército israelí y excesivamente benevolente con Hamás.

Observar en la televisión catalana la expresión ceñuda de la exalcaldesa invirtiendo su tiempo en despotricar del actual alcalde, instrumentalizando el asunto palestino, no es edificante. Últimamente, las declaraciones de Ada Colau son agrias, denotan mal humor, enfado y un punto de sed de venganza. Todo el mundo intuye que, si no se tuercen las cosas en la investidura, es una mujer a la espera de destino. Pero, mientras tanto, en algunos cenáculos políticos se alude a ella como la Resentida, como la activista que no ha sabido digerir el fin de una etapa.

Fue en el otoño de 1998 cuando el alcalde Pasqual Maragall, de acuerdo con Miguel Ángel Moratinos, inició los trámites para un hermanamiento entre las ciudades de Gaza, Barcelona y Tel Aviv. Alguien caracterizó aquella iniciativa como el intento de crear una diplomacia de las ciudades basada en la cooperación y la defensa de los derechos humanos. Al margen de los Estados se establecieron proyectos y convenios para contribuir al desarrollo y mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. He ahí un contraste entre el arte de la seducción y la agregación y el postureo de la ruptura. La decisión unilateral de Ada Colau de romper los vínculos entre Barcelona, Gaza y Tel Aviv, laboriosamente tejidos con anterioridad por otros alcaldes, no fue sometida a votación en el pleno del consistorio.

Los primeros pasos de Jaume Collboni al frente del ayuntamiento se han caracterizado por romper vetos en todas direcciones e intentar recuperar las relaciones institucionales que nunca antes se habían puesto en tela de juicio. Con estos antecedentes a nadie le ha de extrañar que Pedro Sánchez ofrezca la ciudad de Barcelona, en el marco del foro de la Unión por el Mediterráneo del 27 y 28 de noviembre, como punto de encuentro para intentar retomar el diálogo entre el Estado de Israel y Palestina.