Apenas 120 días de mandato de Jaume Collboni Cuadrado (Barcelona, 1969) han sido suficientes para atemperar Barcelona. La capital catalana ha logrado en cuatro meses recuperar buena parte del pulso que dinamitó durante los ocho años anteriores. De sus antecesores se distancia por un abanico de cuestiones, pero la mayor es que ha actuado con rapidez sin dejarse invadir por la prisa. Los comunes de Ada Colau tenían demasiada prisa en ejercer el poder, pero jamás fueron ni rápidos, ni dinámicos, ni eficientes en la construcción de la ciudad. Y fue Gregorio Marañón (1887-1960) el que acuñó un aforismo que le sienta a la Ciudad Condal como un guante: “La rapidez que es una virtud, engendra un vicio, que es la prisa”.

Dos fotografías han sido capitales para girar el calcetín. La primera de ellas, con el monarca Felipe VI. Barcelona recuperaba así la relación con la primera institución del Estado. Si Colau se dedicaba a plantar al Rey en los actos que tenían lugar en la ciudad, Collboni ha decidido aniquilar esa pulsión propia del anarquismo del siglo XX o de los movimientos antisistema de la centuria actual. No ha sido la única imagen relevante del alcalde en este rápido liderazgo. Cogió su mochila y sin pensárselo dos veces se plantó en el madrileño palacio de Cibeles para visitar a José Luis Martínez Almeida, el alcalde de la capital española. “Barcelona –dijo– vuelve a Madrid y al conjunto del sistema institucional español”.

Más allá de los gestos, el alcalde de Barcelona se ha multiplicado en los últimos días reuniéndose con toda la sociedad civil para dejar claro un mensaje: Barcelona deja de ser una ciudad a la contra. Consenso, diálogo, sensibilidad y hasta inteligencia política (en tiempos donde brilla por su ausencia) han presidido sus actuaciones desde el mismo día que asió la vara de mando en un pleno que no olvidará por los reproches de aquellos señores de la ciudad que veían alejarse el poder municipal que siempre consideraron propio. En su propio entorno se constata que a sus 54 años el alcalde ya no es un bisoño político bienintencionado, sino que alberga mimbres de liderazgo que solo es necesario dejar madurar. “Jaume es mejor alcalde que candidato”, se oye en los cenáculos.

Pese al voluntarismo aplicado en el principio del mandato no resultará fácil la gobernación. Con sus 10 concejales deberá negociar con prácticamente todos los grupos políticos de la oposición para avanzar. La ERC de Ernest Maragall dispondrá en la rueda de todos los palos posibles por el odio africano que profesa contra su antigua formación política. Es impropio de un partido de supuesto poder, pero lógico de un líder resabiado. Junts per Catalunya, con quien sumaría mayoría absoluta, depende del viento que sople en Waterloo y, sobre todo, de cómo se resuelvan las conversaciones con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez. Xavier Trias tiene poco, o nada, que decir.

Le queda un eventual acuerdo con Barcelona en Comú, pero los concejales a su izquierda no tienen la altura de miras de Eulàlia Vintró, que gobernó la friolera de 16 años con Pasqual Maragall. Los de Colau están resentidos, siguen más pendientes de la destrucción que de construir. Ella suspira por un eventual Ministerio de Vivienda. Y, por si fuera poco, saben que sin ellos al lado cualquier alcalde de la ciudad comenzará a deshacer los múltiples líos que crearon en la capital de Cataluña.

El PP, que le dio la alcaldía con sus votos, no tiene suficientes concejales para ser una opción colaborativa continuada. Además, están igual de pendientes que los nacionalistas de lo que suceda en el Congreso de los Diputados para trazar nuevas estrategias políticas.

Pese a ese adverso contexto, una alcaldía débil de salida es, paradójicamente, una de las más firmes de los últimos tiempos. Collboni ha decidido pensar en grande, trabajar por un entorno metropolitano cohesionado, coherente y capaz de dar respuesta a esos miles de ciudadanos que son usuarios de los servicios y que con dificultad saben dónde comienzan o terminan los límites de los términos municipales. Cree, de verdad y no como un mero alegato de modernidad, en la colaboración entre el sector público y el privado para lograr avances en multitud de materias. No le repulsa el diálogo con el mundo económico barcelonés y ha lanzado el Pla Endreça que es un auténtico plan de choque para actualizar la ciudad en materia de seguridad, limpieza viaria y recogida de basuras. Ordenar, sin más. Cosas claras, que entiende el votante, que percibe el visitante y que, como corolario, mejoran la imagen y reputación de una urbe muy dañada por ocho años de gobierno nepótico, clientelar y resentido hasta con la historia.

El “anem per feina” (vamos al lío) que ha usado en seña de identidad de sus cuatro meses como alcalde es un excelente presagio de que Barcelona despierta de la pesadilla vivida, de su letargo existencial y recupera una parte importantísima del pulso ciudadano. Podremos evaluarlo con detalle en la segunda edición del Desperta BCN! que nuestro grupo organizará la próxima primavera como auténtico y principal foro de debate y análisis de la ciudad. Será el momento de extraer más conclusiones y conocer con mayor detalle los retos capitalinos. Pero, en cualquier caso, lo acontecido desde el 28 de mayo es un cúmulo de buenas noticias para aquella ciudad que languidecía y regresa rápida, sin prisa, pero inexorable a la dimensión y el espacio que jamás debió perder.