Los antagonismos pueblan multitud de relatos a lo largo de la historia en sociedades, países, creencias, religiones y, por supuesto, en las ciudades. Barcelona y Madrid, lejos de escapar de ese lugar común, lo han avivado con fruición a lo largo de los tiempos. Pero hasta ese clima de rivalidad extrema puede poner encima de la mesa condiciones positivas de progreso y colaboración. No hay nada más excitante en los combates que ofrece la vida que agitar la coctelera cargada de determinación y talento para vencer a ese adversario que cree poderte, pero que, al final, debe hincar la rodilla. Lo que ocurre es que ese mundo ideal no siempre es posible de alcanzar.
A veces, el embriagador aroma del triunfo puede llegar más por la gestión inteligente que por el colmillo sangrante y en esa situación se halla Barcelona en la actualidad respecto a Madrid. La capital de España, por aciertos propios, por descuidos del rival y por ayudas especiales, se halla ostentando el liderazgo de las ciudades en España. Barcelona, de la que hemos relatado muchas veces la multitud de cosas que no funcionan bien, se halla en una posición de recuperar el terreno perdido y, en esa circunstancia, el encuentro la pasada semana de los alcaldes Martínez Almeida y Collboni en Madrid es una buena noticia. Collboni fue muy claro. Barcelona ha vuelto, dijo. Y todos queremos creerle, aunque busquemos pruebas que avalen ese sentimiento. Pero es cierto que, pese a la desventaja del momento, la capital catalana cuenta con un duende especial que le puede permitir recuperar posiciones a poco que el talento local se libere de corsés y de tonterías.
Veremos si la recuperación de una relación institucional sana y normal permite allanar el camino para Barcelona. Competir no debe implicar no colaborar. Especialmente, cuando tejer alianzas, lejos de debilitarte, te fortalece. Barcelona necesita mejorar su velocidad de crucero, romper nuevos registros, convertirse en un destino empresarial más atractivo, disipando miedos. El flamante nuevo presidente del Círculo Ecuestre, Enrique Lacalle, afirmó esta semana en una entrevista que Madrid y Barcelona no pueden vivir de espaldas. Más razón que un santo en la boca de un hombre de Barcelona que conoce muy bien Madrid. A Barcelona le convienen inercias que sumen, gente inteligente que contribuya a que el escaparate barcelonés refulja en lugar de verse empañado por las sombras de mediocres victimistas.
Uno de estos personajes cuya aportación pública es lamentable para el lustre de esta ciudad es Josep Lluís Alay. El jefe de la oficina de Carles Puigdemont se cargó una de las grandes exposiciones que lucen en la actualidad en el panorama cultural de Barcelona, la conjunta de Miró y Picasso, por el hecho de que había sido inaugurada por el rey, Felipe VI. No necesitamos estos compañeros de viaje si en realidad queremos un trayecto que nos devuelva el orgullo y el poderío del pasado. “Ya sabemos qué exposición no iremos a ver”, señaló en redes sociales el patriota Alay. La respuesta a tal desvarío podemos hallarla en el teatro clásico español: “Los muertos que vos matáis gozan de muy buena salud”. Telón.