Bendecidos urbi et orbi los resultados electorales y archivado el sospechoso fracaso de las casas de encuestas, al ciudadano de a pie sólo le queda contemplar –palomitas en mano— el espectáculo previo a la próxima investidura. La gobernabilidad queda para la siguiente temporada. Mientras, los votantes de la minoría vencedora lamen sus heridas por la victoria inútil, y los de la mayoría perdedora disfrutan de la paradójica derrota.

Dice un axioma maoísta que el pasado es un impedimento para la innovación sin límite. Ese parece ser el primer obstáculo que intentará superar el tándem Pedro & Yolanda. Blanqueada Esquerra de su hermanamiento con las juventudes hitlerianas y de los recientes discursos racistas de Junqueras y el difunto Barrera, habilitado Otegi y su banda, aunque insistan en reconocer que son los herederos ideológicos del terrorismo etarra, ahora sólo queda reescribir el pasado reciente del terrario hispanófobo que integra Junts per Catalunya y reconducir el retorno del Fugado. Sorprende el empeño de Pedro & Yolanda en señalar, una y otra vez, la genética franquista de Vox o la foto del contrabandista con Feijóo, y su silencio ante la incuestionable y deplorable memoria histórica de la “izquierda antifascista plurinacional”, según la pomposa denominación de Pablo Iglesias T. y demás cohorte de voceros subvencionados.

Mientras se supera este impedimento de la herencia del pasado, quizás lo más molesto para Pedro & Yolanda sea comprobar que su entregado electorado tiene que taparse la nariz ante el explícito y repugnante chantaje de sus socios nacionalcatólicos y socialistas. Detrás de las grandilocuentes exigencias de amnistía y autodeterminación, aún queda por pagar infinidad de facturas con decenas de millones de euros por la opípara fiesta del procés o por los rescoldos carcelarios y sus ongi etorri.

Evitar la muerte del Estado en el País Vasco y Cataluña parece tener un alto precio, le recuerdan una y otra vez dichos socios. Después de treinta años de carcoma convergente y peneuvista, en esas Autonomías sólo queda una estructura estatal famélica, muy desnutrida, sin apenas poder para amparar a aquellos ciudadanos que sufren diariamente las tropelías del correspondiente régimen identitario. No parece que el precio a pagar por el nuevo gobierno sea por la anhelada concordia, como dicen Pedro & Yolanda. En todo caso, el deseo de sus socios (anti)fascistoides es mantener el Estado en permanente estado crítico. Sin una España viva, siquiera caquéctica, esa “izquierda” hispanófoba y reaccionaria dejaría de existir. Los parásitos sin un cuerpo vivo de donde chupar mueren. No ha de extrañar que, llegado el momento de la extremaunción, esos socios griten junto al espectro de Millán Astray un sonoro ¡Muera la inteligencia!, pero ¡Viva España!

No se trata de volver a polemizar sobre el viejo asunto de la esencia de España. Aquellos nacionalistas de derechas o plurinacionalistas de izquierdas que insisten en subrayar que ese es el debate, no han entendido ni una coma del problema actual. Como nacionalistas que son comparten su análisis, pero yerran en el diagnóstico y la solución. La cuestión central es por qué hay ciudadanos que, como sucedía en el Antiguo Régimen, pagan menos impuestos y encima reciben más prebendas. Dicen los nacionalistas que existe un “hecho diferencial”, el mismo argumento que esgrimían la nobleza, el clero y demás hidalgos para declararse privilegiados y no contribuir a la caja común. Se añaden las persistentes distinciones imaginarias entre grupos humanos que tienen por intervención divina una “lengua propia” y los que no han conocido dicha gracia celestial. El disparate es mayúsculo, pero cada día que pasa el problema es todavía mayor. Es decir, ¿por qué no existe todavía en España igualdad de oportunidades para cualquier ciudadano, viva donde viva y hable lo que hable?, ¿por qué aún los derechos constitucionales no son los mismos para todos?, ¿por qué los que dicen defenderlos, sean de izquierdas o de derechas, quieren pactar con los identitarios que los vulneran?

Decía Tony Judt que los Estados comunistas, durante el último período de su existencia, llegaron a un acuerdo tácito con sus ciudadanos: “Nosotros aparentamos cumplir y vosotros aparentáis creernos”. Todo apunta a que nuestra democracia está instalándose en una fase similar de autoliquidación. Es comprensible que la victoriosa izquierda se conforme con su inconformismo, pero no lo es que una minoría de representantes negocie –en nombre de todos— asuntos que no estaban en el programa de sus respectivos partidos, y que encima no den cuentas de ello. Lo ha dicho Otegi: en público no pondrá líneas rojas para que haya un Gobierno presidido por Sánchez. Es de esperar que en privado ponga encima de la mesa cualquier artefacto, en consonancia con el imperativo categórico de su entrepierna.

La mayoría perdedora ha recibido votos, no cheques en blanco para que se anoten los ceros que exigen los chantajistas plurinacionales. Póngase, por ejemplo, una casilla voluntaria en la próxima declaración de la renta y que cada uno contribuya al “hecho diferencial” –español, vasco, gallego o catalán— según su gusto o parecer emocional. Sientan ustedes, sientan su nación como quieran, pero no molesten, y menos aún nos obliguen a pagar sus juergas nacionalistas a los demás.