Las primeras actuaciones de Vox en materia lingüística, tras su acceso al poder autonómico valenciano y balear, han despertado la alarma entre acérrimos defensores del catalán. Una serie de decisiones, tan innecesarias como provocadoras, que llegan en un contexto en que, en Cataluña, ya empezaba a preocupar la disminución en el uso del idioma autóctono.
Así, han tardado poco en alzarse voces para denunciar esta temprana contundencia de los de Abascal, con la permisividad de los populares, anunciando que ello acabará por acarrear un enorme deterioro del catalán. Veremos qué ocurre pero, de momento, ya ha servido para, nuevamente, despertar el victimismo y señalar al otro como responsable de nuestros males. Es decir, si disminuye el uso del idioma, será por culpa de los pactos PP-Vox. No lo veo así.
Resulta que en la sosegada Cataluña previa al procés, el uso del catalán aumentó, en paralelo con el prestigio generalizado del país. Curiosamente, en esta última década, pese a la enorme presión política y regulación legislativa para favorecerlo, en detrimento del español, ha sucedido lo contrario. Lo cual nos lleva a una conclusión que parece obvia: la salud del idioma guarda relación directa con el buen hacer del conjunto del país.
Si la vida social, cultural y económica resulta innovadora y atrayente, y va acompañada de una política lingüística amable e inteligente, el uso del idioma se consolidará. Si, por el contrario, el país pierde atractivo y la defensa de la lengua adquiere carácter coercitivo, mal futuro le espera.
Una lástima enorme, pues no hay tantos idiomas en Europa, incluso entre los oficiales con Estado propio, que atesoren la fortaleza y legado cultural del catalán. Por ello, gobierne quien gobierne en Madrid, nuestra querida lengua puede tener un gran futuro. Depende, esencialmente, de la política y la sociedad catalana. No valen excusas.