Empecé julio regalándome unos días de desconexión en los Pirineos, lejos del bochorno y los mosquitos del Maresme, y, sobre todo, lejos de la actualidad. Así que, al regresar a casa, el batacazo fue duro: la persistencia de la guerra en Ucrania, la amenaza de que Vox saque muchos votos el 23J, el regreso del PP y, lo más importante, las temperaturas disparadas en todo el planeta.
"Si persistimos en retrasar las medidas clave que hacen falta, creo que estamos entrando en una situación catastrófica, como demuestran los dos últimos récords de temperatura", alertaba el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, después de una semana en que la Tierra batió récords mundiales de temperatura (la verdad es que yo no lo noté, en el Pirineo hizo más bien fresquito y llovió cada día, pero en regiones de México, Texas o la India el calor era extremo).
Para combatir mi eco-ansiedad, me consuelo pensando que hago lo que puedo: reciclo la basura, llevo ya unos años sin coger muchos aviones, como menos carne, evito poner el aire acondicionado, jamás subiré a bordo de un monstruo contaminante y tan feo como un crucero. Pero luego pienso que sigo yendo en coche a todas partes y comprando demasiado por Amazon, generando un gasto inútil de cartón.
Quizás todos los de mi generación estaríamos más motivados para salvar el planeta si volviéramos a ver David el Gnomo, la mítica serie de dibujos animados de los años 80. “Esta serie está inspirada en la naturaleza y ella es en realidad la principal protagonista”, puede leerse en los créditos que dan inicio al primer capítulo, que vi junto a mi hijo de dos años y medio poco después de llegar del Pirineo.
El arranque de la serie, emitida por primera vez en 1985, no te deja indiferente: “La mayor parte de lo que hacéis [los humanos] no lo entendemos: os gusta estar apretados -dice la voz en off de David el Gnomo mientras aparecen fotos de bloques de apartamentos, colas de gente y tráfico- “inventáis máquinas para moveros y luego os pasáis la mayor parte del tiempo quietos, os dedicais a prohibir, prohibir, prohibir, no dejáis de producir basura para adornar la naturaleza con lo bien que está como está, os encanta hacer humo mucho humo, y vivir juntos, muy juntos. ¿Qué os pasa, es que tenéis miedo?”, se ríe David el Gnomo. “Pero, sobre todo, os gusta destruir”, añade mientras aparecen imágenes de bombas y edificios derruidos por bulldozers. Cuarenta años después, poco hemos cambiado.