Tercera crisis de gobierno en Cataluña. Las dos primeras fueron consecuencia de un mal avenido matrimonio de convivencia entre Junts y ERC. En septiembre de 2022 fue cesado el vicepresidente Jordi Puigneró. Una semana después, llega la segunda crisis con Junts saliendo del Govern, que dejó al Ejecutivo de Pere Aragonès instalado en la fragilidad con sólo el apoyo de 33 diputados de 135. Sin embargo, el caos interno de los junteros, la falta de cohesión interna y la ausencia de una hoja de ruta clara dio alas a los republicanos para ocupar todo el poder de la Generalitat.
Aragonès sacó adelante los presupuestos acercándose a los comunes y cediendo ante el PSC, pero la fragilidad seguía instalada en un Govern incapaz de tomar decisiones y de afrontar las crisis. El ejemplo palpable se produjo ante la sequía o ante la ampliación de la ZEPA del Baix Llobregat. La Comisión de Agricultura tumbó las veleidades de la consellera aprobando una moción de retirada de la ampliación. La inanición llegó al Parlament, donde la oposición unida obligó a Aragonès a pactar un plan contra la sequía y le puso en evidencia sobre su inacción para afrontar una reforma en profundidad para modernizar el Canal de Urgell. Más de un mes después de las medidas aprobadas nada se sabe. El Canal de Urgell salva los muebles porque ha llovido, aunque las pérdidas son sonoras. Teresa Jordà fue premiada enviándola a Madrid. Dicho de otra manera, el president se la sacó de encima abriendo la puerta a una nueva crisis de gobierno con dos objetivos. Sacarse de encima la mala gestión en Educación y Movilidad, repleta de choques con los docentes, en el primer caso, y con el principal sustento del Govern, el PSC, la segunda.
Todo ello aderezado con una derrota sin paliativos en las municipales con la pérdida de 300.000 votos por la decepción del electorado ante la hoja de ruta republicana, pero también decepción ante una gestión manifiestamente mejorable. Con este balance catastrófico, Aragonès ha hecho cambios. En cambio climático, escasos, porque el nuevo conseller es corresponsable del fiasco de la conselleria. David Mascort era el segundo de Jordà, el alma mater de los desaguisados, y ahora será su máximo responsable. Entusiasmo en los sectores afectados, ninguno.
Caso distinto es la llegada de Anna Simó y Ester Capella. Dos pesos pesados en el seno de ERC, con personalidad propia, poco dadas a ejercer de palmeras y con fama de tomar decisiones. Y de escuchar, que no es poca cosa. Simó tiene el reto de poner orden en un sector, el docente, que llevaba dos años en pie de guerra contra el conseller que tenía de todo menos mano izquierda. Capella tiene una misión compleja. Desarrollar los pactos con el PSC y convertir la conselleria en algo sensato alejada de las estridencias de Juli Fernández y de una falta de gestión vergonzante.
La incógnita es si será suficiente este movimiento para dotar de músculo al Ejecutivo. Sinceramente, no. Primero, porque los nubarrones se ciernen sobre los republicanos el próximo 23-J y el sorpasso de Junts empieza a ser una realidad en los sondeos. Y eso que todavía no sabemos cuál será la decisión del TJUE el 5 de julio sobre la inmunidad de Puigdemont. Una sentencia favorable al expresident será tanto como la lapidación de ERC en las urnas. El problema de los republicanos se agravará en dos líneas. Se certificará la defunción del junquerismo y se pondrá negro sobre blanco que el problema no es el Govern, es el president. Aragonés ha dado muestras palpables de falta de liderazgo y de coraje en la toma de decisiones. Ha conseguido que vuelva la honorabilidad de la presidencia perdida con Joaquim Torra, pero no ha impuesto un revulsivo en los temas que el país necesita. ERC debe reinventarse porque sólo prolonga su agonía. La llegada de Simó y Capella es saludable, pero se antoja insuficiente.
Con Junts fortalecido y el PSC reforzando su poder territorial aumentará la gangrena en ERC, y las posibilidades de que Aragonès aguante hasta 2024 se hacen impensables. El 23J, unas elecciones españolas, serán el detonante para abrir de nuevo las urnas en Cataluña. El fin está próximo. Sólo un éxito, improbable, de Gabriel Rufián evitará que los catalanes vayamos a votar este otoño. ¿Se solucionará algo? Altamente improbable, porque la articulación de mayorías estables es toda una complejidad. Sólo un gobierno PP-Vox puede hacer el milagro.