En política casi nunca existe lo bueno y, menos aún, lo perfecto. Por eso, muchas veces hay que conformarse con el mal menor, con la opción razonablemente menos mala de todas. Hay que aceptar el principio de que la política es siempre decepcionante en relación con los grandes ideales, aceptar que el progreso es errático, y que aquellos que un día entran por la puerta como líderes acaban saliendo normalmente por la ventana o por la puerta trasera. Todo esto viene a cuento de las negociaciones, no sé si reales y efectivas, para la alcaldía de Barcelona. No hace falta repetir cuáles fueron los resultados electorales, de manera que aquellos que perdieron, que son todos excepto Xavier Trias, tienen que determinar cuál es el mal menor por el que se inclinan tras su derrota.

En este sentido, es obvio que la propuesta “imaginativa” que ayer lanzó Ada Colau para un reparto de la alcaldía a tres, con PSC y ERC, era un disparate sin ninguna posibilidad de prosperar, pues trasladaría una imagen de provisionalidad al frente del ayuntamiento y de falta de dirección clara en el gobierno municipal. Fue rechazada rápidamente por sus eventuales socios. De lo que se desprende algo que vengo repitiendo desde la noche electoral: el tripartito de izquierdas es impracticable en cualquiera de sus fórmulas. Ni estrambótico reparto de la alcaldía a tres ni apoyo de ERC a la investidura de Collboni. La inquina contra los socialistas es muy fuerte en la formación de Oriol Junqueras, por la misma razón que el PSC se movió hábilmente hace cuatro años para impedir la alcaldía de Ernest Maragall. En el PSOE, que en medio del desastre del 28 de mayo desearía poder lucir la conquista de la capital catalana, lamentan ahora la actitud de los republicanos tras tantos favores en Madrid, particularmente de una reforma del Código Penal a la carta.

En este sentido, si Colau desea realmente evitar el regreso de Trias a la alcaldía, debería proponer que los comunes votasen sin ninguna condición a Jaume Collboni, y anunciar además que ella no participará en el próximo gobierno municipal. Sería un sacrificio personal a medias porque es notorio que la hoy todavía alcaldesa está buscando trabajo en algún organismo público internacional. Esa jugada ejercería presión sobre el PP para que con sus votos evitase que Barcelona tuviera un alcalde del partido de Carles Puigdemont y Laura Borràs. El popular Daniel Sirera ya ha lanzado algún cable en este sentido, aunque con condiciones. El mal menor para los comunes sería propiciar ese escenario y esperar hasta septiembre para entrar en el equipo de gobierno, sin Colau, y en áreas donde su presencia no reactive temores, o sea, descartando movilidad, promoción económica y seguridad. Esa hipótesis no sería descabellada porque en el PP existe un fuerte debate interno sobre qué hacer y también miedo a que se les reproche haber facilitado que un independentista se haga con el poder en Barcelona, con Trias fotografiándose en Waterloo. La entidad constitucionalista Societat Civil Catalana ha pedido al PP que lidera Daniel Sirera el voto para Collboni.

Y, por último, en el caso de que Trias sea elegido en segunda vuelta, como parece lo más probable, pues que Colau y Sirera coincidieran en elegir el mal menor sería una sorpresa, el líder socialista debería plantearse qué es lo menos malo para Barcelona, que no para su partido. Volver a la oposición sería la actitud más fácil y cómoda, pero la ciudad no se puede gobernar con solo 11 concejales. Lo sensato sería explorar un acuerdo de gobierno con Trias después de las generales. Lo peor para Barcelona sería un alcalde que no pudiera hacer nada, en minoría absoluta, o un gobierno municipal con la participación de ERC (Maragall ya ha dicho que desea ser teniente de alcalde), pero que tampoco sumaría mayoría absoluta, y que a nivel catalán impulsaría el regreso a la política de bloques.