Estoy escribiendo este artículo antes de conocer el resultado de las elecciones municipales, justo después de depositar mi voto por Xavier Trias. Trias tiene tanta pachorra que ya declaró que, si no sale elegido alcalde, se va a ir a su su casa a disfrutar de la jubilación. Una persona que exhibe de manera tan natural sus pocas ganas de trabajar merece apoyo: o se dedica a inaugurar calles y a recibir alcaldes de otras ciudades, o sencillamente renuncia al ayuntamiento, que le da mucha pereza asistir a los plenos y, lo que es peor, prepararlos, el tipo ya no tiene edad de trabajar. Si César Borgia acuñó la leyenda “O César, o nada”, Trías no se queda atrás con su “O alcalde, o nada”. Pero -aun siendo razón de peso- no es ese el principal motivo por el que le he concedido mi voto. Me convenció para siempre el día que, no recuerdo en qué debate, aseguró que un señor que cobra 3.000 euros de sueldo quizás no llega a fin de mes porque le ha subido la hipoteca y el precio del gas se ha disparado. Ese es mi Trias, ahí me hizo suyo para siempre. Barcelona necesita un alcalde que sea consciente que, de 3.000 para abajo, todos somo pobretones. Y, sobre todo, que ponga los servicios sociales a todos los miserables desgraciados que no llegamos a tal cifra, además de abonos gratuitos al transporte público. Incluso que, desde su nuevo cargo, presione a gobierno y patronal para que el sueldo mínimo llegue hasta esos miserables 3.000 euros.

Trias es un señor de Barcelona, de esos que viven en sus torres de marfil. Para ellos 3.000 euros son una bagatela, algo que dejar en el sombrero del pedigüeño de la esquina. Trias va a tomarse un café e igual le da al camarero 500 euros de propina, no porque sea así de espléndido, sino porque simplemente cree que menos de eso sería una ofensa. Un tipo así ha de ser alcalde, ni que sea para ver los bofetones que se pegan los taxistas para ser quien le lleva a casa en cuanto salga del ayuntamiento.

-Perdone que le dé solamente 200 euros de propina, amable chófer, pero es que acabo de ir al comprar el pan y me he gastado 150-, se disculpará después de la carrera.

En una democracia ideal, no sería necesario ni siquiera llevar a cabo votaciones, qué desperdicio de tiempo. En estos momentos Trias ya sería alcalde porque habría sido elegido por aclamación, y desde el balcón de la plaza de Sant Jaume lanzaría a sus seguidores allí reunidos billetes de 50 euros, para que se tomaran una caña a su salud. Cien euros para quienes además quisieran tapa.

Está bien que los alcaldes conozcan el coste de la vida. Antes los periódicos realizaban a los candidatos entrevistas en las que se les preguntaba, por ejemplo, el precio de un billete de metro, solo para ver si alguna vez habían usado ese transporte. La pregunta dejó de hacerse porque todos se lo traían preparado, todos excepto Trias, que sin dudar ni un instante habría respondido “350 euros el individual”. “500 si coges la T-Casual”, habría añadido, para redondear la faena.

Uno ve a Trias y ve a un hombre sin apuros económicos, o sea que los 3.000 euros son tan poca cosa que debe bajárselos a la semana. Tampoco es tanto: según sus cálculos es el cuádruple de lo que gana un menesteroso. Por eso merece también ser alcalde -si es que no lo es ya en estos momentos, qué nervios-, para poder dejar atrás las estrecheces económicas, que a su edad ya es tiempo de alcanzar cierta estabilidad y no tener que ir mirando al detalle los pequeños gastos. El cargo de alcalde le ayudaría a llegar a fin de mes, que con 8.000 o 9.000 euros tampoco es fácil, como bien sabe él. No te das cuenta, te suben el gas y la hipoteca y te ves debajo de un puente a merced de los elementos.