Esta semana se comunicaba que, en el primer trimestre del año, se ha alcanzado un récord mundial en el reparto de dividendos entre las grandes corporaciones; un auge también notable en el caso de España. El mismo día, leía acerca de las crecientes dificultades del Banco de Alimentos para atender la demanda de personas sin recursos para ir al super.

Así, al igual que el año pasado, asciende a 1,3 millones el número de personas que acude al Banco para tener qué llevarse a la boca pero, sin embargo, las donaciones disminuyen: la inflación golpea la capacidad de los ciudadanos para aportar bienes tan esenciales como la leche. Además, aún más preocupante, se estabiliza en un 30% el porcentaje de hogares españoles que viven al límite con lo que cualquier sacudida inesperada, por pequeña que sea, puede llevarlos de hoy para mañana a tener que hacer cola ante el Banco.

Resulta vergonzoso para una sociedad avanzada y rica como la nuestra el drama de tantos ciudadanos que no pueden abastecerse de comida; y todo apunta a que, de no revertir rápidamente la dinámica, esta cifra aumentará en los próximos años. Pero es aún más lamentable que se tenga que recurrir a la forma más primitiva de caridad para que no padezcan hambre. Si hasta no hace demasiado la acción de las ONG se orientaba a países en vías de desarrollo, con creciente frecuencia se va centrando en nuestro propio país. Los beneficiarios se encuentran a no demasiada distancia de dónde vive cualquiera de nosotros.

En el Banco de Alimentos colaboran personas cargadas de buena fe y a las que hay que reconocer, pero deberíamos sentirnos avergonzados de la necesaria existencia de la entidad y, aún más, de la dimensión que ha ido adquiriendo en paralelo con la eclosión de una penuria extrema que ya golpea a millones de personas. Una pobreza que resulta aún más indecente cuando convive con la ostentación ampulosa de la riqueza por una parte de los más favorecidos, no pocos de los cuales critican la subida de las pensiones y exigen un pacto de rentas para controlar los salarios. Sus dividendos son otra cosa.