De la piel al hotel. Las marcas de calzado, Camper y Lottusse, y la gran cadena hotelera Iberostar conforman la trilogía empresarial de los Fluxà, un grupo nacido hace casi 140 años en los filamentos ingrávidos del zapato, que reina en el presente sobre enormes pilares turísticos. La empresa acaba de ampliar su radio alquilando los fogones para un Lío Mallorca al dueño de Pachá, el complejo de ocio nocturno, propiedad del fondo Trilantic, comandado por Sanjay Nandi, un Goldman Sacks reconvertido.
Pero siempre hay un pero. No estamos en los ochenta. Nadie habla ya de Ricardo Urgell, descendiente del paisajista Modest Urgell Inglada y del entronque Urgell-Carreras, aquel promotor que abrió Pachá en Sitges y en Madrid a mayor gloria de José Coronado, Nacho Cano o del actual monarca, Felipe VI, en noches de cacería principesca. Urgell inventó en Ibiza la discoteca del futuro, expuesta en el documental, Pachá, el arquitecto de la noche, obra del conspicuo cineasta Miguel Bardem. El Pacha de la Isla Blanca, como la llamó Santiago Rusiñol, fue el paraíso perdido de los llorados Antonio Escohotado o Salvador Pániker, jefes de una vanguardia perdularia que, sin sus maestros, ha perdido fuelle intelectual y afición lisérgica. Hoy se vive del stand up; no hay el mismo humor, ni las mismas ganas. Ahora, las urgencias nos devoran, como sabe bien la tercera generación de los Fluxà: Miguel que controla el emporio Iberostar Hotels&Resorts, de 120 hoteles y 34.000 empleados, y sus dos hermanos que tienen a su cargo las empresas de las prestigiosas marcas de zapatos. La saga ofrece cama, lujo, calzado y billetes de avión en su pequeña boutique, Viajes Iberia; y apuesta por su reentré en el negocio de la noche.
Miguel Fluxà acaba de ser elegido el CEO del año por la revista Forbes, gracias a su alianza con la cadena InterContinental Hotel Group (IHG). Es un hombre encumbrado a golpe de pacto: empezó con una red heredada de agencias de viajes y apenas en dos décadas montó una gran cadena hotelera. Su exitoso salto al vacío llegó en los noventa; hizo fortuna en el Caribe de Punta Cana y en la Ruta Maya del Golfo de México. Dice sin complejos que, sin el papel motriz del turismo, hoy España no sería un país industrializado.
El cabeza de los Fluxà lleva años pensando en la geometría de un negocio de día, que no descansa de noche. Cuando Ibiza se había convertido en la hoguera de las vanidades, el futuro podría haber sido Formentera. Sin embargo, descartada Menorca, el resort de Convergència, el intento de prolongar la fiebre discotequera en la otra pitiusa no cuajó. Ahora lo apuesta todo en Mallorca, la illa gran. Refunda un Pachá cosmopolita dispuesto a liquidar la regla del furor; rompe una lanza en favor de los románticos que sospechan ser solamente el catalizador de un deseo provocado por disyóqueis, como David Guetta o Steve Aoki.
El origen de los Fluxà emprendedores se remonta a 1877 cuando el pionero Antoni Fluxà, instaló un pequeño taller artesanal de zapatos en Inca (Mallorca). Más tarde su hijo, Lorenzo Fluxà, tomó las riendas del negocio y entró en la industria del turismo. Desde hace años, la responsabilidad máxima recae en Miguel Fluxà Rosselló, un emprendedor de raza acostumbrado a la celeridad del crecimiento; él sabe que cuando los mercados maduros se contraen aparecen nuevos nichos y ahora despliega el sello mallorquín sobre el nuevo Pachá, con un horizonte de facturación optimista de 170 millones de euros, en 2025.
El hotelero abre las puertas de Mallorca al caleidoscopio y a los amaneceres ante la catedral de Palma, como lo hacen los viciosos del Pacha ibicenco cuando contemplan los primeros rayos del sol detrás del Dalt Vila, la ciudad amurallada. Su paso por la marca internacional de discotecas de las dos cerezas rojo pasión, desplegadas por medio mundo, ya es un aguafuerte sobre zinc. Trata de recuperar el pasado dentro del presente. Abre el penúltimo melón, en plena emergencia de la cuarta generación del grupo familiar, liderado por su hija Sabina Fluxà, consejera delegada de la empresa.