Desde el primer momento, el caso Negreira prometía resultar tan delirante como lamentable; y no ha defraudado. El último episodio roza lo insuperable: Laporta, en nombre de Cataluña y la democracia, señalando al Madrid como responsable último del escándalo arbitral y de haber contado con el apoyo explícito del régimen franquista que, por cierto, terminó hace cerca de medio siglo. A la acusación, responden los blancos con un vídeo que intenta mostrar el apoyo del dictador a los blaugrana. Y sólo llevamos un par de meses, lo que nos queda por delante.
Pese a que nada de este disparatado caso debería ya sorprendernos, esta semana se ha producido un hecho que ha superado lo que mi fantasía podía llegar a imaginar: la contundente irrupción del gobierno catalán en el embrollo. Así, el pasado martes, la portavoz Patricia Plaja, en nombre del gobierno, cargaba contundentemente contra el Real Madrid por el vídeo, situándose al lado de los principios y procedimientos que encarna el presidente Laporta.
Más allá de todo lo que envuelve el miserable caso Negreira desde sus inicios, de las más recientes y rocambolescas explicaciones del presidente del Barça y del forzado e innecesario vídeo de los blancos, resulta grotesco que un gobierno intervenga en una trifulca futbolística entre dos clubes privados por un caso de corrupción arbitral. Un mundo del fútbol desbocado, cargado de personajes siniestros, donde todo vale, y en ese lodazal se zambulle todo un gobierno. Ello viene a confirmar que el desplome institucional del Barça no es un hecho aislado; por contra, es una imagen paradigmática de cómo está el país.
Como también resulta paradigmático el silencio cerca de los andares de Joan Laporta. Si su apuesta a todo o nada acaba en fracaso, y puede perfectamente suceder, nos encontraremos con que el silencio se transformará rápidamente en un alud de indignación y críticas a su persona y su gestión, aquel es veia venir. Nada nuevo, pues buena parte de las élites que apoyaron el procés, o se situaron en el silencio cómplice, a la que vieron que la aventura independentista descarrilaba, emergieron indignados para criticar cómo se habían hecho las cosas.
Pues nada, sigamos atentos al caso Negreira que no está nada mal para irnos distrayendo en estos tiempos de desorientación y turbulencias.