Vivimos en una sociedad desquiciada que está llena de enfadaditos. De todos los colores. Los que ponen el grito en el cielo porque se parodia a Ponsatí o porque en una procesión en Alfaro se queman tres muñecos que representan a Comín, Puigdemont y la misma Ponsatí. Son los enfadaditos indepes que se sienten agredidos por la sorna y la ironía. Los que se rasgan las vestiduras porque se parodia a la Virgen del Rocío porque se sienten agredidos por ser católicos y andaluces. O por ser andaluces o católicos, no sé muy bien.

Para postre, una asociación ultraconservadora denominada Abogados Católicos, con tintes más que opusdeístas, presenta una denuncia. Son los mismos que en otras expresiones también han levantado la bandera del enfadadito para intentar condenar como sea a los agresores. O, si no, recuerden los enfadaditos que llevaron a un ciudadano al banquillo porque había retuiteado un chiste sobre la capacidad de salto de altura de Carrero Blanco.

Una sátira, una parodia, te puede parecer chusca y no gustarte. Y se tiene el derecho de poner a bajar de un burro a sus protagonistas, ¡solo faltaría! Pero de ahí a iniciar una cruzada media un amplio trecho, una piel muy fina y cogérsela con papel de fumar. Porque no he visto ni oído que los ofendidos indepes se hayan ofendido por el gag de la Virgen del Rocío y tampoco al revés. O sea, que te cabreas por barrios.

Los enfadaditos han hecho su Semana Santa encantados de la vida. Como estamos en campaña en Andalucía, todo quisqui se ha flagelado al estilo nazareno. Y en Cataluña, los fervorosos de Puigdemont han arremetido contra Toni Soler y contra la población de Alfaro sin que hayan movido un dedo en defensa de la rociera. ¿Qué hubiera pasado si la protagonista de la mofa hubiera sido la Moreneta? Ufff, no duden que la bronca hubiera sido exponencial como la que se produjo con la mona de chocolate negro, ¡vaya por dios!, que representaba una mujer negra, por el chocolate negro claro, y que provocó un lio protagonizado por unas supuestas feministas.

La sátira es provocadora por definición. Y hay que contestarla con fineza, no con algarabía. Y entiéndase como fineza lo contrario de la burrada proferida por Carlos Herrera que dijo que los catalanes querían ver a los andaluces en campos de concentración. En fin, si hemos de hablar de odio esto se le parece bastante.

Enfádense por cosas que merecen enfado. Ejemplos hay a miles. La pederastia. No consta que los Abogados Católicos hayan sido activos en esta materia. La sequía. Puigdemont no movió un dedo en sus años de Gobierno y Aragonés aplaza las soluciones, aunque airea un nuevo referéndum que nace muerto. La corrupción, aunque se vista de Borràs. Las agresiones sexuales que cada vez tienen menos edad, agresores y víctimas. Los jóvenes que no se pueden emancipar aunque trabajen. Y así miles de temas como la sucia y barriobajera acusación a Pablo Iglesias e Irene Montero. Las redes se incendiaron con una supuesta raya de coca, que ni era raya ni era coca. La pareja no se rasgó las vestiduras.

Los enfadaditos no entienden de colores ni de fronteras. Y algunos matan como sucedió con Charlie Hebdo o sin ir más lejos con El Papus. Otros apuestan por reescribir la historia o simplemente por el acoso al osado que ridiculiza a una persona o a un colectivo. La libertad de expresión no significa callar al contrario. Significa ser tan agudo para rebatir bien rebatido al que te lanza un dardo. Significa ser inteligente, no enfadadito. Sin duda, tenemos una sociedad enferma y desquiciada encorsetada en lo políticamente correcto, ejerciendo de Santa Inquisición contra todo aquel que se sale del carril.