Estos días hemos visto cómo al personal le mola envolverse en la bandera en defensa de sus intereses que se trasmutan en intereses de país. El caso no es nuevo. Donald Trump lleva tiempo haciéndolo y ahora lo ha intensificado. Que la Corporación Trump haya sido condenada por cuestiones fiscales, que la fiscalía le investigue por la aparición de documentación de la Casa Blanca en sus residencias, que se le investigue por el asalto al Capitolio o por pagar a una actriz porno para que tenga la boca callada con dinero dudoso –o es de su Corporación, en cuyo caso falsificó facturas, o de su campaña electoral, casi peor— es un ataque en toda regla de la izquierda, que ha desatado una caza de brujas. Se envuelve en su estelada para erigirse en el genuino representante de EEUU. Que sea un peligroso antidemócrata o un corrupto nada tienen que ver. ¡Solo faltaría! Esto es de mal pensados.

A unos cuantos kilómetros de distancia, Laura Borràs hace lo mismo. Se envuelve en la estelada, “la nostra”, se muestra firme ante las cloacas del Estado, los jueces, el Gobierno, acusa a los independentistas que no la arropan de colaboracionistas con el Estado español, porque es una perseguida y el objetivo de una caza de brujas de españoles y catalanes botiflers. En sus apariciones públicas se viste de víctima y se erige en el genuino representante del país y en el referente único del independentismo.

Su caso es todo un montaje para anularla políticamente, nos dice. No dice que se tiró del hilo por culpa de un sobre lleno de billetes falsos que cayó en el buzón equivocado. No dice que hay correos que la incriminan –solo acierta a decir que no se respetó la cadena de custodia, y no atina en declarar que son falsos— y declaraciones de acusados y testigos que la señalan. En su defensa, dice sin titubear que el caso es el que es porque es independentista. No, señora Borràs, la condena es por corrupción. Y se justifica porque el tribunal pide su indulto. Para ella es la prueba de que es un juicio político. Fake total. Ciertamente no es habitual que un tribunal curse esta petición, pero no es anómalo, porque considera que la suma de dos penas mínimas por el delito y por su reiteración, y eso que están situadas en el mínimo, resulta excesiva.

De momento, Sánchez lo ha dejado claro. Es un caso de corrupción, ha dicho el presidente, que debe pensar que si no indulta a Griñán no va a indultar a Borràs. Además, Borràs recurrirá al Supremo, el tribunal represor en su argot, porque la sentencia no es firme. Tiempo al tiempo. Si me apuran, el indulto de Borràs estará en la mesa del próximo presidente. No quiero ver la cara de Borràs si es Feijóo.

Ponsatí, doña Clara, acudió en su auxilio 48 horas antes. Con la valentía que caracteriza a la que teoriza sobre la necesidad de muertos y de sacrificios para lograr la independencia –lo dice en TV3 y lo niega en Catalunya Ràdio— vuelve a “la Cataluña del sur” cuando tiene la garantía de que no ingresará en prisión. Los sacrificios para otros, evidentemente. La eurodiputada montó su perfomance con detención incluida –no la vimos resistirse en demasía— en Barcelona. Ir a Madrid ante la sede del Supremo y hacerse detener por la Guardia Civil no era seguro de que no estuviera una noche en el calabozo. Demasiado para su valentía.

El objetivo era envolverse en la bandera y decir que “los Mossos son un cuerpo policial español” de “una justicia que no respeta” su “inmunidad”. Falso. Lo cierto es que los Mossos son una policía, de carácter integral, que tiene competencias como policía judicial. Se limitaron, por tanto, a cumplir con la legalidad. La inmunidad se respetó porque simplemente se le comunicaron los cargos y se la citó para el día 24. El Parlamento europeo no le hizo demasiado caso, pero ya había señalado a los malos catalanes deslizando su dedo acusador al conseller Elena. Es lo que tiene el supremacismo. Borràs, Ponsatí, sin olvidar a Puigdemont, están envueltos en la bandera y se erigen como los genuinos representantes del país. Igual que Trump. No hay mejores catalanes que ellos, no hay mejor americano que él, dicen los líderes del populismo exacerbado.