Antonio Papell, veterano ingeniero y prestigioso articulista, ha asegurado que el pacto presupuestario de ERC con el PSC sí representa el fin del procés, además de confirmar la normalización democrática de Cataluña. Esta opinión, bastante extendida entre una parte de la prensa española, sugiere que el panorama político catalán tenía hasta ayer dos marcadas características. La primera es que, pese a las declaraciones reiteradas del coro de voceros socialistas, el procés no estaba finiquitado, aunque el estoque mortal ya se lo habría clavado Sánchez con la amnistía encubierta y la consiguiente división del independentismo. Según la interpretación de Papell, ha sido necesario que el PSC le diera la puntilla para que se pueda dar por muerto al procés.
Además, esta corriente finalista reconoce que, al menos hasta ayer, Cataluña era una comunidad democráticamente anormal. Cabe entenderse de varias maneras dicha anormalidad. Desde el lado ultra, esta deficiencia se debe al rechazo estatal a reconocer el “mandato popular” de los resultados de los referéndums ilegales. Desde el lado contrario al independentismo, esa anormalidad es consecuencia de los efectos de la premeditada confusión de la minoría mayoritaria de separatistas con el total de la población catalana. Según la interpretación buenista, Cataluña ha vuelto a ser una democracia normal.
Es cierto que con el pacto de presupuestos esa política de bloques se ha resquebrajado ligeramente, al plantearse la posibilidad de recuperar el tripartito, tal y como han denunciado desde Junts los líderes más integristas del separatismo. Sin embargo, el posibilismo de los republicanistas es jugar al impasse, mientras cala en la opinión pública la mutación del procés en el acuerdo de claridad que, además, ha de ser inclusivo, para gusto de comunes y aceptación de agotados agnósticos. Esta redenominación del procés ha sido confirmada por el presidente Aragonès que ha recordado, una vez más, la mayoría absoluta del separatismo en el Parlament y que, atención, aún le quedan dos años de legislatura. Hay tiempo suficiente para dar un nuevo golpe mientras se ofrece un giro expansivo y algo más social a la política autonómica que, de manera tan ridícula como significativa, ha denominado “presupuestos de país”.
El pacto contiene inversiones que, en un principio, ERC no aceptaba, pero no cambia ni un ápice la política nacionalcatalanista, tan reaccionaria y excluyente en lo social y cultural, esa misma política que desde hace cuatro décadas se viene imponiendo en Cataluña para beneficio de la Gran Minoría. Con este pacto presupuestario ERC ha aceptado criogenizar el procés de corto recorrido a cambio de que el PSC acepte, como siempre ha hecho, mantener vivo y bien dotado el proyecto nacionalista de largo alcance.
De momento, ERC es el gran vencedor de este acuerdo. A sus fieles más iluminados y demás seguidores terraplanistas les convence la criogenización porque, si ahora no se puede culminar el procés, se deja para más adelante su descongelación y recuperación con toda su fuerza y atributos. El PSC ni pierde ni gana, opta por el cortoplacismo y la sumisión a la política equilibrista de Sánchez. A Illa se le ha dado otra oportunidad para que dé un puntapié a la pelota y que el juego continúe en el embarullado centro del campo, a la espera de que en las próximas municipales un error de la defensa contraria o un penalti caído del VAR ayude a desatascar el partido.
Después del 29 de mayo puede pasar de todo, que triunfe el nuevo procés –claro e inclusivo— o que siga criogenizado el antiguo. De momento no parece que el viejo procés haya muerto definitivamente, ni que la anormalidad democrática se haya superado. Los representantes de la Gran Minoría siguen controlando de manera férrea y clientelar las instituciones autonómicas para disfrute y anhelo de sus fieles, que siguen creyendo en la resurrección de los muertos, y en los criogenizados aún más.